Opinión | Para ti, para mí

Paisajes de la «modernidad líquida»

Hay en marcha una revolución mundial sobre cómo nos concebimos a nosotros mismos y cómo formamos lazos y relaciones con los demás», ha afirmado con rotundidad el sociólogo A. Giddens, al constatar los cambios que se producen en todos los ámbitos de nuestra existencia. Vivimos en un mundo de transformaciones que afectan casi a cualquier aspecto de lo que hacemos. La globalización está reestructurando nuestros modos de vivir de forma muy profunda, provocando una honda transformación en el modo en que configuramos nuestras cosmovisiones, valoraciones y talantes, que afecta a nuestro modo de entendernos y de entender el mundo. El hombre se interpreta a sí mismo de modo diferente a como lo ha hecho en el pasado, con categorías diferentes. Estos cambios inciden irremediablemente en la capacidad de las personas para tomar decisiones vitales, y de ahí que, en muchos momentos de nuestras vidas, sintamos terribles desconciertos bajo nuestros pies. A la generación más madura le cuesta mucho más trabajo no sólo percibir los cambios, sino adaptarse a ellos y ponerlos en práctica. A las revoluciones tecnológicas suceden las evoluciones personales y sociales. En el fondo, nos demos cuenta o no, cada día estrenamos un mundo nuevo. Bauman ha utilizado la metáfora «modernidad líquida» para caracterizar la volatilidad y fluidez de nuestro mundo, marcado por la ausencia de estabilidad, y cuyos individuos se ven abocados a vivir una vida precaria, marcada por una constante incertidumbre, bajo el permanente temor de no poder seguir el ritmo de unos acontecimientos que se mueven con gran rapidez. Uno de los ámbitos que más refleja esos cambios es el entorno laboral, donde lo que se busca son organizaciones de estructura flexible, fáciles de desmantelar y reorganizar según lo requieran las cambiantes circunstancias, que pueden modificarse con muy poca antelación o directamente sin previo aviso, con el objetivo de ajustarse fácilmente a un mundo múltiple, complejo y en veloz movimiento. Cuanto menos sólida y prontamente alterable sea una organización, tanto mejor. La expectativa de un empleo de por vida ha desaparecido y, con ella, la certeza de situaciones vitales permanentes y la seguridad que aportaba la estabilidad. Algo no muy distinto sucede en el ámbito de las relaciones personales caracterizadas igualmente por la volatilidad, la fluidez y la flexibilidad. No parece este un tiempo proclive a las relaciones sólidas ni a los vínculos permanentes. Así lo refleja Bauman: «En el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza. Cualquier juramento de lealtad, cualquier compromiso a largo plazo -y mucho más un compromiso eterno-, augura un futuro cargado de obligaciones que, inevitablemente, restringiría la libertad de movimientos y reduciría la capacidad de aprovechar las nuevas y todavía desconocidas oportunidades en el momento en que inevitablemente se presenten. Hoy los compromisos tienden a ser muy mal vistos, salvo que contengan una cláusula de «hasta nuevo aviso». Un mundo más nuevo y más difícil, a la vista.

*Sacerdote y periodista

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