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Hablar, comer y escribir

Debe ser la globalidad pero la comunicación, la escritura y la comida, tres elementos imprescindibles de la vida, se han convertido en adaptaciones, sobre todo a la edad de quienes las utilizan. No es lo mismo comer para los estudiantes que se sientan en los bares de la avenida del Aeropuerto, que parece que no le temen al ensanchamiento de su cuerpo, que a un matrimonio de personas mayores de un pueblo, donde la verdura es la base de su sustento, que a un grupo de profesionales con nómina decente que van anotando en su agenda las veces que han comido en un restaurante con estrellas Michelin, o que a una pareja normal que de los garbanzos, lentejas y habichuelas han hecho platos de toda la vida. La escritura, un arte de solitarios que antes era inspiración que se acompañaba de blocs de notas, cassettes, diccionarios y algo de bohemia ahora es un ejercicio a veces impúdico que se sostiene en las entrañas del ordenador, de donde se sacan originales que se someten a alguna alteración, se copian y se firman como propios. Hay periodismos que ya no existirían sin ordenador. ¿Y hablar y comunicarse? Hay quienes de la palabra siguen haciendo oficio, como han aprendido, y su comunicación se oye. Suelen ser personas de edad adelantada que no entienden la vida sin conversación de vez en cuando. Pero hay otra parte de la humanidad que ha abandonado las novelas, el periódico de papel, la conversación e incluso los apuntes de estudiante y solo se comunica con las yemas de sus dedos que están inventando un tipo de palabras que van a acabar con el diccionario. Son los usuarios de ese otro mundo del black friday que aunque anden mal de dinero nunca dejarán vacío su teléfono portátil, ese smartphone que los ha transportado al mundo de las redes. Esta globalidad de blogueros que se exhiben a cada minuto y que convierten su intimidad en un mundo visible parece no tener tiempo para esperar el autobús, pasear con las manos libres de pantallitas, filosofar y preguntar por el resultado del partido en un bar sin wi-fi. Escribir, comer y hablar se han transformado en acciones de una globalidad que nos está convirtiendo en incultos.

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