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Los campos de la infancia

Hace nada, el Día Mundial del Olivo, iba paseando por los campos de la infancia, espacios tan abiertos y mágicos como que era posible que en una era donde al lado había una mina sus hermanas me casaran con mi primera novia, y algo más abajo echáramos partidos de fútbol de calle contra calle en los que el ganador se llevaba de trofeo una copa de madera. Comparé la libertad y apertura de aquellos campos sin alambres con espinos con los de la actualidad, sin veredas, con los caminos cortados y con candado, con paredes sin estilo en nada parecidas a las de piedra, que siempre han guardado la belleza natural. Me acerqué a un burro en total soledad, encerrado en un cercado sin paredes pero aprisionado por somieles abandonados lo que le daba al espacio de detrás de la cuneta la apariencia de depresión y abandono. Una sensación de agradecimiento a que me acercara a su lado, le echara una foto y le hablara parece que me quiso transmitir aquel animal enjaulado en una prisión de alambres ya oxidados porque no dejaba de mirarme cuando me alejé de él. Se me vinieron a la mente los burros de nuestra infancia, que nos dejaban sus dueños cuando se los pedíamos para ir de campo. Y las higueras de los pozos de las norias, donde comíamos brevas para agosto, y los olivos, siempre por todos lados, de los que se podían hacer varillas con las que pelearte en un momento dado, cuando los más chicos de la pandilla teníamos que untarle las orejas con saliva a quienes nos dijeran los que mandaban, que era un abierto desafío. La sensación es la de que volver a los campos de la infancia y encontrarte con tus peñascos, olivos e higueras supone la experiencia de haber vivido en unos espacios en los que todo, desde los caminos, al cielo, a la lluvia y a los charcos era una absoluta libertad sin alambradas, por donde podías correr en busca de espárragos o detrás de los lagartos. Era, al menos para la niñez, un campo abierto, sin parcelas, sin divisiones, un mundo que te pertenecía tanto que solo tenías que prescindir de él en los ríos y grandes arroyos, y en los árboles excesivamente altos, cuando la naturaleza se hacía demasiado grande. Ahora, el Día Mundial del Olivo, cuando paseo por los campos de la infancia, me tropiezo con la muerte de Rita Barberá, que ha vivido todo lo que te pueden ofrecer los partidos políticos, o cualquier grupo de poder, cuando te has embarcado en la vida. Te encumbran cuando les sirves y te pueden abandonar cuando la sociedad te señala. Esperemos que nuestro exalcalde, José Antonio Nieto, que ha asumido una muy alta responsabilidad pública, no se olvide de sus campos de Guadalcázar, que favorecen la meditación y el pensamiento porque significan la libertad sin alambradas.

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