Opinión | La vida por escrito

Mi almohada viscoelástica

Unas chicas muy simpáticas y extrovertidas me abordaron en plena calle para ofrecerme un abrazo gratis. No me atreví a rechazarlo. Porque me rodearon y bloquearon todas las salidas. Y no tuve más remedio que entregarme a un fuerte y sincero abrazo que me hizo estremecer: un relámpago me recorrió la espalda, los brazos, el cuello, hasta erizarme el pelo y ponerme toda la piel de gallina. Respiré hondo y me quedé tranquilo, con una paz que hacía tiempo no sentía. Me dieron ganas de llorar al verlas alejarse repartiendo abrazos a diestro y siniestro. El resto de la tarde la pasé deambulando por el centro, feliz, sin acordarme de todo lo que tengo encima. Al llegar a casa me di cuenta de lo importante que es un simple abrazo; sobre todo para alguien como yo, que duermo cada noche con la sola compañía de una almohada viscoleástica. Lo que son las cosas: nunca me tomé en serio el posible efecto reparador de un abrazo. Por eso, esta experiencia me ha hecho buscar posibles investigaciones sobre el tema que me permitan entender cómo funciona y así acabar por admitir científicamente las conclusiones de esta observación.

Haciendo una sencilla búsqueda en las bases de datos bibliográficas se puede ver que desde los años 1970 hay estudios científicos que demuestran cómo la existencia de una red de apoyo social (familia, amigos, etcétera) nos permite a las personas defendernos mejor frente a situaciones particulares de estrés. Simplemente saber que contamos con seres queridos y amigos que están ahí al lado de nosotros, y recursos como la Seguridad Social, ya es en muchos casos suficiente para que los problemas nos resulten más llevaderos y nos eviten caer en la ansiedad y la depresión. Es más, la simple conciencia de la existencia de esta red de seguridad puede ayudar a combatir las infecciones y a retrasar la muerte.

Más recientemente, las investigaciones se han centrado en averiguar qué tipo de relaciones y conductas sociales están detrás de ese efecto protector de un entorno amable sobre la estabilidad emocional y la salud de las personas. Algunos investigadores proponen que el simple contacto físico, sin connotaciones sexuales, algo tan sencillo como abrazarse o darse la mano, es una manera muy eficiente de transmitir empatía, cariño y confianza. Hay trabajos de investigación en laboratorio en los que se muestra que el contacto físico de un ser querido inhibe el efecto exacerbante del estrés sobre el dolor. También se sabe que los conflictos interpersonales tienen potentes efectos negativos sobre la psicología de las personas y que activan las respuestas fisiológicas del estrés y hace que nos bajen las defensas al deprimirse el sistema inmune. Y precisamente las personas que están sometidas a situaciones de estrés más duras e intensas son aquellas en las que más efectos beneficiosos tiene un abrazo.

En un estudio llevado a cabo por un grupo interdisciplinar de investigadores americanos, de las universidades de Virginia, Pitsburg y Carnegie Mellon, han ido más lejos y se hacen la siguiente pregunta: «¿Tienen los abrazos un efecto beneficioso directo en la prevención de enfermedades?». En su estudio concluyen que las relaciones estresantes hacen aumentar el riesgo de coger una gripe, y que los abrazos tal cual pueden sustituir a todo un tupido y cálido entramado de amistades y relaciones familiares en la prevención de la enfermedad.

Debo decir que toda esa información me deja ya más tranquilo en relación con la parte científica del fenómeno. Pero ahora me pregunto si, para que surta efecto, será necesario que el abrazo te lo dé la persona que a ti te gustaría, o si valdrá con que te lo regale cualquiera, como un anónimo en plena calle, o incluso si valdrá que te lo des tú a ti mismo. O que abraces a tu perro o a un peluche. O incluso que te abraces a algo tan frío como una almohada viscoelástica.

* Profesor de la UCO

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