No lo imagino calmado, sosegado; en paz consigo, sí. Y ya es bastante para quien ha conocido y experimentado tantas tendencias aunque, en aras al beneficio propio y ajeno, haya seguido siempre la suya propia. Ginés no ha perdido nunca el tiempo en su alocada y casi mística existencia. Ni tan siquiera en el Valenzuela de su niñez, «un pueblo alejado del mundo, sin tren, en el que se hablaba como en la época de Cervantes», según confesión propia. Ni por supuesto, en sus devaneos por medio mundo: de su Torredoniimeno natal a Córdoba y Madrid, con escala en París, Río de Janeiro, Suiza, Lisboa, Venecia... como exiliado alegre.

Nonagenario, su corazón jovial sigue latiendo y creando a borbollones, con la inusitada fuerza del púber que siempre lleva dentro. Es esa desbordante y apasionada mocedad, que luce y transmite en cada verso, en cada angelical pincelada, en cada aserto filosófico, el rasgo principal de su personalidad.

Inclasificable, Ginés ha sido y es todo en el mundo de las Artes: dibujante de nostálgicas gacetas literarias, retratista, pintor de celestiales sueños y sombras surrealistas de altanera torería; superviviente poeta tardío junto al mejor Pablo de Cántico, dramaturgo, vanguardista osado, radical y enigmático, como lo definiera Francisco Nieva, el último amigo perdido; narrador del absurdo en la Tarde es Paca, sincero en Bestiamante, de instintivo hasta el éxtasis en La Equis Mística.

Y en el transcurrir diario de su existencia vital está la constatación fehaciente del Ginés generoso y alegre, humano para el que nada le es ajeno, como en la máxima de Terencio, y siempre bueno, en la acertada acepción machadiana.

Desde hoy hasta el próximo 12 de diciembre, Liébana expone parte de su obra inédita, De Brasil a Córdoba, en la Sala Julio Romero de Torres del Real Círculo de la Amistad, en una acción auspiciada una vez más por el Ayuntamiento de Villa del Río, pueblo con el que le une una fecunda luna de miel desde que el paisano Antonio Lara le iluminara con la Estrella de Septiembre que versara el recordado Mario López.

Una retrospectiva, resumen de su prolija actividad artística y viajera. «Espléndida galería de imágenes de diferentes épocas, y que todas, o en su mayoría, muestran esa afirmación del artista en las más estimulantes sensaciones», en palabras de Carlos Clementson, quien avala el catálogo con un texto que define de modo cabal la pintura de Liébana.

Vuelve de nuevo Ginés a Córdoba, y con él sus recuerdos de Cántico: «Estábamos a cinco minutos de la Generación del 27 y vivíamos en Córdoba, que es el patrimonio de la sensualidad. Entras en una iglesia y es el olor de la sensualidad. El olor de la madera, la madreselva, el jazmín... Córdoba es una ciudad que parece un laberinto de calles. Hay algo allí donde se aprende mucho. Todo eso está en el aire. Basta que tú tires del hilo».

Y Ginés tiene hilo y cuerda para rato. Aún le queda tiempo para soñar a este incansable artista que, cuando regresa, evoca nostálgicos recuerdos del verso lorquiano, Celeste Córdoba Enjuta, en expresión exacta de la ciudad y sus gentes. También como reivindicación del Grupo Cántico, del que me cuentan está muy próximo a nacer un homenaje permanente, aunque aún está por decidir el formato y carácter del que irá impregnado. Aunque para estas cuestiones, el espíritu debe primar por encima de cualquier revestimiento de oficialidad.

Y aquí vuelve Ginés, presto y desinteresado con el grupo de amigos que quiere perpetuar el magnífico legado del grupo poético más importante de la posguerra española, que diera una retraída provincia como Córdoba. Siempre hay motivos, pero al brío y animosidad de los noventaytantos años de Liébana, se une la fecha cercana del centenario del nacimiento de Ricardo Molina (Puente Genil, 1917). Mientras y a la espera, gracias Ginés por tanto amor a Córdoba. A veces, poco correspondido.

* Periodista