Opinión | Tribuna abierta

Ítaca... en la distancia

Es de noche. Cuando las horas se hacen silencio y los recuerdos afloran en los rincones del alma, agolpándose como en cascadas, y sacando a la luz aquellos escaparates de la vida que dormían somnolientos en el fondo de lo inconsciente, cobijados o escondidos en las zonas oscuras de la penumbra.

El pasado 1 de noviembre, siguiendo el rito milenario, estuve visitando con la familia la tumba de mi madre, efectuando la limpieza de la lápida. Ordenación de flores marchitas que han dormido durante todo un año en recipientes de hojalata, hasta así completar ese ciclo interminable del ritual funerario donde el decorado siempre es el mismo, pero con actores diferentes.

Es un reencuentro obligado con el mundo de lo invisible, y un monumento a lo efímero, que se arropa con ese exorno floral propio de la fecha. Claveles rojos, margaritas blancas y amarillas, diminutos pensamientos, jazmines azules y de color perla, geranios blancos... Para así dejar constancia de ese rosario de sensaciones y sentimientos que evocan nuestra historia personal, teniendo como telón de fondo, como siempre, aquellos principios religiosos que impregnan nuestra vidas, y que tal vez, sean un monumento a la fantasía, a la negación de dejar de ser, para así sumergirse en el inmoto Océano de la nada, como esa gota de agua que es parte insustituible de un mar embravecido.

La Barca de Caronte, deslizándose en la Laguna Estigia, nos traslada en sus fauces desde el umbral de la vida al reino de la Muerte. Un misterio que ha sido, es y será, la gran incógnita del ser humano en el devenir de los siglos, y que te hace reflexionar aún más, enfrentándote a preguntas sin respuesta, cuando visitas las tumbas de los seres queridos. En un Karma gélido que te hiela los huesos.

Después de un largo paseo por los diferentes nichos y lápidas, que son como grandes tarjetas de visita, compruebo un ramillete de sentimientos grabados en la piedra, y en donde muchas ocasiones, también se encuentran impresas indelebles fotografías de aquellas personas que fueron y ya no son, y que ahora pertenecen al olvido. Atrás quedaron sus sufrimientos y gozos, de parecidos sentimientos a los que podemos tener en la actualidad los que habitamos en el mundo de lo visible, y quiero hacer míos sus tiempos efímeros, dolores, alegrías, donde el Amor y el Desamor los llevaban de la mano, en las diferentes etapas de su existencia. Lo que fue presente y se quedó sin futuro como flor marchita.

Reflexiono, una vez más que el tiempo no existe, y la vida galopa a lomos de lo incomprensible. Para llegar a la conclusión de que lo importante realmente es el camino y su recorrido.

Recordar en esta noche de primeros de noviembre a aquellos seres queridos que nos amaron por su propio esfuerzo puro, y sin moneda de cambio... Me hace sobrellevar con más ligereza la carga pesada de su ausencia.

Pero hay una cultura, hoy maniquea, de querer esconder el rostro amargo de la Muerte, como si fuera una vergüenza, cuando en realidad es un acontecimiento natural e inexcusable desde nuestro nacimiento.

Me viene a la memoria una anécdota del célebre Fragero, príncipe del Buen Humor, en una Córdoba en blanco y negro de los años 40 que atesoró en el trascurso de su vida, múltiples pequeñas historias todas ellas divertidas, en donde la ironía era su seña de identidad. Fue una tarde cualquiera en su domicilio, allá a finales de los años 50, cuando él mismo y tras una larga enfermedad, plenamente lúcido, se enfrentaba a lo irremediable, esperando que le tocara el turno ante el último aldabonazo del destino.

Fue a visitarlo su amigo de toda la vida, el célebre Cura Bruso, que era tan cachondo y pendón como él, y que procedió a practicarle la extremaunción a fin de auxiliarle en tan difíciles momentos.

Juntos habían corridos noches de veladas interminables en las tascas de una Córdoba majestuosa en una noche de verano, con recuerdos imborrables, mezclados con pequeños pecados veniales. En esa Córdoba profunda, donde el roce y el calor humano era una agradable moneda de cambio. Después de darle la bendición, el buen cura quiso animarlo, con la promesa de una vida eterna plena de satisfacciones: «Mira, ya estás en paz con Dios y sabes que gozarás dentro de poco, Junto al Padre, los Ángeles, los Santos y con tus seres queridos en el cielo, dejando atrás esta vida terrenal preñada de sinsabores».

Fragero se quedó mirándolo muy serio, con esos ojillos vivaces que tuvo siempre, y que ahora estaban anegados de lágrimas y de nostalgia, y que se secarían definitivamente horas después, y le espetó con toda la solemnidad que requería ese momento, a través de un hilo de voz: «¡Cura de los diablos, no me vengas con el cielo y con toda esa majadería que decís desde el pulpito! ¡Entérate que yo donde estoy a gusto es en mi Casa, con mi mujer, mis hijos, mis amigos y mi perro, y vete tú si tan bien se vive allí!».

Córdoba le debe un recopilatorio de sus anécdotas, que creo que no deben perderse en el olvido. Paz y bien.

* Abogado

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