No era mi candidato, desde luego, ni el de la mayoría de europeos y habitantes de otras partes del mundo. Pero al presidente de los Estados Unidos no lo elegimos nosotros sino los ciudadanos de ese gran país y lo cierto es que, aunque con doscientos mil votos menos que Hillary Clinton, Donald Trump ha obtenido más votos electorales que su adversaria y, con ello, la victoria en la carrera presidencial. Tiempo habrá, espero, para analizar el ascenso de personajes como él en todo el mundo, aunque tengo la sensación de que la información nos ha llegado a Europa algo deformada por nuestra propia visión de las cosas y que la corrupción y el desprestigio de la política le han hecho a la preparadísima señora Clinton mucho más daño del que se pensaba.

En todo caso, Trump es un populista típico y su victoria, unida al ascenso de otros populismos de extrema izquierda y extrema derecha, tanto en Europa como en otros lugares del mundo, es lógico motivo de preocupación. ¿Podrá cumplir el próximo presidente de la primera potencia mundial las barbaridades que ha prometido? Mi opinión es lo va a tener más complicado de lo que sus entusiastas partidarios y sus acérrimos detractores creen.

En Estados Unidos, afortunadamente, el sistema político está más equilibrado y el poder tiene más contrapesos que en otros lugares, como Europa. Trump, como presidente de la República y jefe del Gobierno norteamericano no tiene tanto poder como muchos de sus homólogos europeos. En un país como España, por ejemplo, los presidentes del Gobierno controlan a sus partidos y eligen, de hecho, las listas electorales, con lo que controlan también al Parlamento, que controla a su vez a otros poderes, como el Judicial. En EEUU no es así. Los congresistas y senadores del partido del presidente coinciden ideológicamente con él, pero se deben a sus electores y no siempre van a apoyarle. Hay bastantes ejemplos de ello. En el caso de Trump, hay muchos senadores y congresistas de su propio partido que no están para nada de acuerdo con él en asuntos importantes. Algunos incluso le han negado su apoyo en las elecciones presidenciales. No va a ser tan fácil tenerlos de su lado como la gente, con la mentalidad de partido piramidal que se tiene en gran parte de Europa, se piensa. Tendrá que negociar y convencer y, sin lugar a dudas, también ceder, dejando atrás muchas de sus estrambóticas promesas.

Lo que sí es probable, a mi juicio, es que haya un giro hacia lo conservador, en lo político y cultural, y hacia el liberalismo, en lo social y económico, respondiendo a las dos «almas» ideológicas del Partido Republicano, además de un endurecimiento en el control de fronteras, querido por ambas. Esa ha sido la voluntad mayoritaria del electorado norteamericano.

Por otra parte, en materia de política exterior, su prometido giro hacia un proteccionismo económico (poner barreras al comercio internacional confiando en un mercado interior muy fuerte) no es tan fácil en un mundo globalizado e interdependiente como el actual, donde la energía, las materias primas, la tecnología y la ciencia, por poner sólo algunos ejemplos, están totalmente entrelazadas. Por otra parte, para dar ese bandazo, Trump tendrá que dejar de aplicar muchos tratados internacionales de los que Estados Unidos es parte y eso le puede enfrentar con el Senado y el Congreso, a pesar de su mayoría republicana. Sí puede, y es probable que ocurra, frenar la celebración de los tratados que se están negociando actualmente, por ejemplo con la Unión Europea, pero para ello tendrá que sopesar las consecuencias de ese frenazo para la propia economía norteamericana, muy exportadora, y entonces puede que se dé cuenta de que es más fácil decirlo que hacerlo.

Algo bien distinto es el control de las armas nucleares, el famoso «botón nuclear», que Trump tendrá como jefe del ejército más poderoso del mundo. Es preocupante, ciertamente, pero no lo es menos que otros botones nucleares estén en manos de quienes están (Rusia, China, Israel, India y Pakistán, por ejemplo, sin contar con Korea del Norte, que dice que también lo tiene). En todo caso, lo que sí es probable es un cambio en la política defensa, en la que el nuevo Commander in Chief tiene altos poderes y coincide en gran parte con sus compañeros de partido. Estados Unidos quiere reducir su presencia militar en el exterior y que Europa aumente la suya, con el costo en vidas y dinero que ello conlleva. Lograr ese cambio no le va resultar nada fácil porque, si los norteamericanos se retiran y sus aliados europeos no les substituyen, el terreno quedará a merced de Rusia, China o incluso del yihadismo. En este sentido, la presión del gobierno Trump hacia los gobiernos europeos occidentales va a ser muy fuerte.

En todo caso, esto no ha hecho más que empezar. Queda por delante un largo mandato, dure mucho o poco, con numerosas cuestiones pendientes. Mucha suerte, Mister Trump, porque su suerte será también, en gran parte, la nuestra.

* Profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Córdoba