De pequeño, supongo que como le ocurriría a otros muchos niños andaluces, me llamaban la atención las procesiones de semana santa (ahora no me interesan ni entran dentro de mis gustos estéticos) y en ellas descubrí por primera vez unos estandartes con las siglas SPQR. Años después, gracias a que pertenezco a una generación que en su bachillerato, de forma obligatoria, estudió latín, aprendí el significado de aquellas siglas: Senatus PopulusQue Romanus (el Senado y el Pueblo Romano). Esas siglas componen el título de un libro sobre la historia de la antigua Roma que he terminado de leer hace unos días. Mi dedicación a la historia contemporánea hace que mis lecturas estén encaminadas a obras de esa temática, pero ello no significa que deje de lado la novela (solo determinados autores, y nunca novela histórica), el ensayo, algo de ciencia y también, como es el caso, las que se ocupan de otros periodos históricos.

La autora de SPQR es la historiadora británica Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016. Su obra abarca desde el año 63 a.C. hasta el 212, cuando el emperador Caracalla «adoptó la medida de convertir a todos los habitantes libres del Imperio Romano en ciudadanos romanos de pleno derecho». Se trata de un libro extenso, casi seiscientas páginas si excluimos la bibliografía, sin notas, y donde, además de explicar la historia de Roma, en muchos capítulos se dan lecciones de metodología, de cómo investigar determinados acontecimientos, de cuál debe ser el uso de las fuentes, así como acerca de las diversas interpretaciones, incluida la suya, que se han ofrecido a lo largo del tiempo sobre algunos de los hechos más conocidos e investigados de la historia de Roma. El rigor de la obra no está reñido con un estilo desenfadado, o incluso el recurso a la ironía por parte de la autora en relación con determinados acontecimientos, hasta el punto de que el lector no puede evitar alguna que otra sonrisa por la manera en que Beard aborda el relato de los hechos o de ciertos descubrimientos.

En el discurso que pronunció en Oviedo reivindicó el «pensar de forma histórica», lo cual significa, para ella, que hacer historia no es solo ocuparse del pasado, sino abrir un diálogo entre el pasado y el presente, aunque rechazaba la condición de la historia como magistra vitae (uno de los muchos tópicos que circulan sobre nuestra disciplina), porque en su opinión «la historia no es un libro de respuestas a los problemas actuales. Pero sí nos enseña acerca de nosotros mismos, desafiando nuestras certidumbres culturales y abriendo nuestros ojos a distintas perspectivas». Esa afirmación está en línea con lo que expone en el Epílogo de su obra, cuando dice que ya no piensa, como sí hacía antes de forma ingenua, que se pudiera aprender algo de los romanos o de cualquier otra civilización antigua, entre otras cosas, asegura, porque entre los romanos tampoco estaban de acuerdo acerca de cómo funcionaba, o cómo debía funcionar, el mundo. Sin embargo, sí se afirma convencida «de que tenemos muchísimo que aprender —tanto sobre nosotros mismos como sobre el pasado— interactuando con la historia de los romanos, con su poesía y su prosa, con sus polémicas y sus controversias». Y añade algo que puede ser válido para cualquier otra época histórica, cuando considera que no podemos convertir a los romanos en héroes ni tampoco demonizarlos. En definitiva, una obra de historia antigua, pero cuyas conclusiones son valiosas para los que nos dedicamos profesionalmente a la historia, sea cual sea el periodo que nos ocupe, para aquellos que les gusta la historia bien escrita sin el recurso a la ficción y, por último, para cualquier ciudadano preocupado e interesado por mantener un diálogo abierto con su historia, es decir, con su cultura.

* Historiador