En las páginas de este diario, un no lejano 1 de diciembre de 2009, aparecían unas reflexiones (Nacionalismos y Estado de Derecho) en las que se planteaba el evidente aumento de gestos demostrativos de una progresiva construcción por parte del nacionalismo catalán de lo que se nos antojaba el germen de un auténtico estado fascista. Aclaraba entonces (y lo reitero ahora) que el uso de este vocablo se hace, no como un insulto (es lo habitual), sino aludienco a una forma de entender la vida, una manera de hacer política y, dentro de la más pura ortodoxia histórica, a un modelo de relaciones humanas con predominancia totalitaria que tuvo su apogeo en la primera mitad del siglo XX. De entre los rasgos que señalábamos entonces de ese proceso, eran especialmente patentes y noticiables dos: la formación de frentes políticos comunes, artificiales e irracionales, al margen de cualquier unidad ideológica (trayectoria en la que se ha seguido avanzando), y la aparición en la prensa catalana de una aterradora unanimidad.

Pero esto era solo la punta de un iceberg que flotaba en un mar compuesto de una exaltación ex-cluyente de lo propio, una marginación de los rasgos culturales que no respondan al patrón nacionalista, la adjudicación de derechos al territorio en detrimento del ciudadano, la superposición de los intereses de partido sobre los de la comunidad, la interpretación torticera de las leyes y normas de un modo u otro según la dirección en que soplen los aires, etc. En ese contexto era ya elemento básico del sistema la manipulación de la historia y el control ideológico a través de una enseñanza «ajustada» y «adobada» por el mensaje nacionalista.

A este aspecto nos vamos a referir, por cuanto los resultados de lo que, en apariencia, se presentaba bajo el paraguas de una cesión de competencias educativas en pro de una sana y honesta descentralización, se ha convertido en una «fiera» que ya muestra sus zarpas en el campo del «desclasamiento» social; el sistema educativo nacionalista, bebiendo en la ortodoxia totalitaria (da igual de qué signo), ha ido destruyendo desde la infancia cualquier asomo de pensamiento crítico y libre. Esto ha sido especialmente útil en el ámbito social de la inmigración, que se ha ido diluyendo en un auténtico marasmo de dudas identitarias.

El sistema nacionalista, sin pausa, ha ido mostrando a los hijos y nietos de aquellos inmigrantes (andaluces, extremeños, castellano-manchegos, etc.), el «error» de las convicciones de sus progenitores, exhibiendo impúdicamente la evidente diferencia en la posición social, económica y política de los nacionalistas frente a los no nacionalistas. Este sistema educativo les ha ido infiltrando hasta la médula un sentido de culpa por ser distintos, así como la consecuente conveniencia de abandonar la marginalidad y de integrarse en el grupo dominante, el único modo de redimir el pecado de su origen y su no ortodoxa ideología; el modo, en definitiva, de diluir el complejo de inferioridad que desde pequeñitos les han ido forjando.

Pero el esfuerzo de legitimación en la ideología dominante no es igual para todos; a mayor culpa, mayor esfuerzo y gestos de mayor significado; es decir: las exigencias a la hora de integrarse en el nacionalismo para la depuración de un charnego nunca podrán ser iguales que las de un nativo... Como, por otra parte, la debilidad intelectual y psicológica del sujeto ha sido ya trabajada, moldeada y amasada durante años de una enseñanza «conductista», el propio protagonista se siente realizado adquiriendo protagonismos no proporcionales con su verdadera posición en el partido o en el grupo.

Y en este contexto surge la actuación de dos jóvenes políticos nacionalistas: D. Gabriel Rufián Romero, portavoz adjunto en el Congreso de los Diputados (por Ezquerra Republicana), y D. José Téllez, tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Badalona.

Ya sea a través del discurso en el Congreso de los Diputados del Sr. Rufián (el más disparatado, desafortunado, insultante, degradante, antidemocrático y «fascistoide» que yo recuerdo), ya sea a través de ese aparente gesto de dignidad del Sr. Téllez de romper el auto del juez que les impedía abrir el ayuntamiento durante el día 12 de octubre, calificándolo de «Golpe de Estado» (¿ven Uds. la debilidad intelectual de la que hablábamos antes?), pues bien, tanto por un camino como por el otro, ambos han trabajado para desprenderse de su condición de charnegos y alcanzar el parnaso de la condición de «un buen nacionalista catalán». Se han desprendido de las ligaduras que tuvieron que soportar sus padres y abuelos (antes y después de la emigración) para tener el honor y la honra de ponerse de rodillas, genuflexos y gustosamente sometidos ante un nuevo amo y señor: la «burguesía catalana» y el ideal de una Cataluña independiente... En la que aprovechamos para predecir (no se equivoquen Uds.) que seguirán siendo charnegos.

* Catedrático de Geografía Humana (UCO)