La cruda y cruel realidad nos dice que nuestro amigo, nuestro hermano Pepe Ariza no se encuentra entre nosotros, pero no estamos tristes porque sabemos que solo se trata de un cambio de domicilio. Se ha trasladado a vivir a una de las tantas moradas que Jesús decía que su Padre tenía en el cielo reservadas para los buenos. Sí, sentimos la satisfacción jubilosa de saber que ocupará alguna de ellas, pero eso no quiere decir que no lo echemos de menos. Notamos su ausencia porque nos hace falta, porque ya no lo tendremos entre nosotros haciéndonos disfrutar de su bonhomía, de su alegría, de su desvivirse cuando alguno le pedíamos algo. Su entrega al Grupo S. José era total y sin restricciones, era uno de los pegamentos que nos unía desde nuestra adolescencia y continuó haciéndolo en nuestra edad provecta. Siempre estaba dispuesto a servir a los demás, a mostrar su caridad sin límites, a su entrega a todos, de lo cual pueden dar testimonio ‘sus niños’, así los llamaba, de la Cruz Blanca.

Nos falta su risa franca y sincera, sus bromas y chanzas, su falta de malhumor, la alegría de vivir que trasmitía.

Físicamente se ha ido, pero en el corazón de cada uno de nosotros permanece vivo y lo seguirá, mientras quede alguno del Grupo S. José.

Manuel Villegas Ruiz

Córdoba