La Hispanidad, término acuñado en su sentido actual por Miguel de Unamuno, la formamos casi 500 millones de personas, repartidos en una veintena larga de países y comunidades a lo largo de 5 continentes, que compartimos el español como idioma y muy importante: una cultura, historia y valores comunes relacionados con España y su milenaria historia.

Pero además, existen otros casi 100 millones de personas hablantes de español en algún grado en el mundo, sin que ésta sea su lengua materna. Y creciendo. Motivos de sobra para sentirnos orgullosos y celebrar esa hermandad universal y esa patria grande que es la Hispanidad. Pero hay más.

El 12 de octubre de 1492 nuestra nación, España, que de la mano de los Reyes Católicos apostó por la audacia y la misión, y venció en el intento, se hizo más universal que nunca y dio comienzo a una nueva era mundial: la Edad Moderna. Los españoles demostramos en esa época de Renacimiento no ya haber podido rehacer la unidad nacional, perdida 8 siglos atrás -unidad que se aspiró a recuperar durante toda la Edad Media hispanocristiana--, sino abrirnos al mundo sin complejos y con intrepidez, expandiendo nuestros valores y nuestra humanidad, nuestra peculiar forma de ser y estar en el mundo. Y fundiéndonos, sí, infinitamente con más claros que oscuros, con pueblos y razas de los 5 continentes que son hoy día nuestros hermanos. ¿Puede haber mayor motivo para una celebración que este…?

Preguntemos, sin ir más lejos, a nuestro Gómez Suárez de Figueroa, el Inca Garcilaso, en el IV centenario de su muerte, por su orgullo hispánico: él, que era hijo de noble español y princesa inca, se vanaglorió siempre en sus escritos de ser heredero de ambas estirpes y de que España hubiese fundado un mundo nuevo. El mundo hispánico intercontinental y universal, el mundo de la Hispanidad.

Y es, en efecto, desde el ámbito de la Cultura y de la Educación desde el que más deberíamos contribuir a la celebración de tan importante efeméride para nuestra patria. Se echan muy en falta, por parte de casi todas las administraciones, especialmente las educativas, una mayor difusión de esta conmemoración, tan importante para comprender lo que somos los españoles de hoy y nuestra relación con esos cientos de millones de hermanos hispanos; tan importante para conocer la presencia de España y lo hispánico en el ámbito internacional pasado y, además, presente y futuro.

En ese sentido, llama la atención que en los EEUU se celebre en octubre, desde hace años, el Mes de la Herencia Hispana: no un día como aquí, sino cuatro semanas. Muestra de la creciente pujanza de nuestra cultura en el mundo, de nuestra rica historia y valioso patrimonio en todos los órdenes, y del potencial humano de los hispanos.

Así, en EEUU no hubo complejos en conmemorar en 2015 por todo lo alto el 550 aniversario de la fundación de la ciudad española de San Agustín (Florida), la más antigua de Norteamérica, con abundancia de banderas españoles y recreación de los pobladores y conquistadores españoles del XVI. Ni tampoco los hubo hace dos años, merced -eso sí-- al empeño y buen hacer de un grupo de patriotas españoles afincados en el país norteamericano desde hace décadas, en otorgar la ciudadanía honoraria de los EEUU al malagueño Bernardo de Gálvez, héroe de la Guerra de Independencia estadounidense, en la que como gobernador de la Luisiana española y comandante del ejército español en dicha guerra, contribuyó de forma decisiva a la victoria de los estadounidenses. Un honor que sólo ha sido otorgado allí a 6 personas en la historia.

Son solo algunos ejemplos de lo que los españoles podemos y debemos conmemorar. Sin complejos y a la vez sin nostalgias, sino con orgullo firme y sana alegría, como base sobre la que cimentar un futuro mejor y de hermandad para nosotros y nuestros hijos.

* Profesor de Historia