Nos temíamos que llegaría a finales de mes, y así ha sido. La crisis posvocacional ya está aquí. Y se intuye que será de las duras. Porque sin vocación, nos puede arrastrar hasta el lodo. Hasta volvernos inmóviles. Hasta cargarse el mecanismo. Hasta el KO.

Y es que la vocación es básica y ahora parece que se fue. Cuando uno trabaja por vocación, las crisis son menos agudas. Ante el riesgo de parálisis, cuando uno trabaja por vocación, casi siempre halla una salida. Pero cuando la vocación se apagó o mutó hacia un ansia menos noble y confesable, entonces los hoyos pueden ser devastadores porque importa poco la preservación de casi nada. El pragmatismo, el tacticismo y la degradación se imponen a la grandeza, el sacrificio o la intervención.

Imaginemos que Mariano hubiera decidido hace años, aparcar lo del registro de la propiedad y meterse en política por vocación. Por vocación de servir y no de servirse. De servir a los demás. A todos.

Y si así fue, ¿en qué momento entró en crisis?

Hoy España necesita un gobierno. Y para hacerlo, hay que pactar y ceder. Dialogar. Ser generoso por entender que nos jugamos mucho. El país no necesita un gobierno cualquiera. Las pensiones están en quiebra y a un paso de la asfixia. La deuda pública sobrepasa el cien por cien del PIB, (debemos más que todo lo que producimos), el déficit no baja y Europa está entrando de nuevo en una época oscura. Y mientras nosotros, ni tenemos embajadores sólidos ni tomamos decisiones claras. Venimos de una repetición electoral por falta absoluta de pacto para sacar adelante cuatro años de gobierno para todos y aún hoy hay quien especula con unas terceras...

¿Qué está pasando cuando nuestros políticos no se ponen de acuerdo ni en erradicar de cuajo la corrupción? ¿Cuando casi todos siguen actuando con recelo y tácticismo? ¿Cuando todos juegan al tiro o al cheque en blanco?

No va más, nos dicen nuestros números y los crupiers del casino, y nosotros no tenemos un dealer competente. Las cartas son malas e igual que les pasa a los equipos mediocres, los que las han de jugar se hacen los despistados para retrasar la evidencia y el inevitable y doloroso cambio de tercio. Pero es que entre los que no juegan, lo que abunda es el ventajista agazapado que sin tener soluciones espera el tropezón para hacerse un hueco señalando a los que juegan. Aunque por el camino el barco ya esté medio hundido.

Y así, sin saber si el casco del buque está medio lleno o medio vacío, y con el optimismo propio de finales de agosto, uno mira cómo está el patio, y espera el milagro. De momento, sin gobierno el verano ha sido bueno gracias al turismo y a que a otros les va peor. Pero seguimos muy lejos de entender qué necesitamos y sobre todo de estar dispuestos a actuar por el bien común.

* Periodista