Conocí a Mireia cuando llegó al CAR de Sant Cugat con apenas 15 años. La recuerdo como una niña que, por aquel entonces, con su pelo rubio y sus ojos azules, daba una sensación de fragilidad. Ella era la más joven del equipo y yo el más veterano. A veces, venía su padre y hablaba conmigo, porque era campeón del mundo, de los entresijos de la natación. Pero, enseguida, comenzó a destacar del resto. Era muy niña pero con un espíritu de lucha interior que las demás no tenían.

Enseguida me impactó una imagen de Mireia que recuerdo perfectamente como si sucediera ahora mismo. Mireia salía del agua llorando, a veces porque no se encontraba bien, porque estaba agotada o sufría alguna lesión o, simplemente, porque las cosas no le habían salido como ella quería. ¿Y qué hacía? Pues, en vez de rendirse, se volvía a lanzar al agua. Siempre creyó en ella misma y sabía, desde muy niña, cómo superar los momentos difíciles con esa vocación de luchadora que posee.

Jamás arrojaba la toalla, solo entrenaba, entrenaba y entrenaba, porque un campeón no surge del azar, un campeón acostumbra a trabajar con los entrenadores más duros, horas y horas con sesiones de calidad y se hace fuerte ante las adversidades… jamás dejas de nadar. Y por eso, Mireia, en vez de darse por vencida volvía a la piscina, una y otra vez. Enseguida se vio que era una nadadora muy completa, algo que me gusta mucho de ella, ya que es capaz de destacar tanto en las distancias cortas como en las largas. Hay nadadores que solo son especialistas en una prueba en concreto, pero Mireia siempre destaca en todo lo que nada. Y hasta sería una extraordinaria competidora, y sé que ha tenido algunas experiencia, en las pruebas de larga distancia de aguas abiertas, donde yo conseguí mis éxitos deportivos y mis títulos internacionales.

Desde que era niña, desde el primer día que la vi en el centro de alto rendimiento, ha querido llegar a lo más alto, lo que es complicadísimo en nuestro país, porque aunque tengamos buenos centros, entrenadores o clubs no estamos a la altura de Estados Unidos ni de Australia.Yo me tuve que ir a Estados Unidos casi una década y cada vez que me lanzaba a la piscina, había tanta calidad en el agua, tantos campeones juntos, que cada entrenamiento se convertía en una auténtica competición. En España no sucede igual y por ello, muchas veces, Mireia ha tenido que entrenar con los chicos, que son tan rápidos como ella. Ello le honra todavía más; a ella y a sus padres, a los que conozco y quiero dar la enhorabuena, porque su medalla de oro es un trabajo y un éxito de familia.

* Bicampeón del mundo en aguas abiertas