Hace treinta años que, por el teléfono rojo, me anunció mi secretaria: - Profesor, aquí hay un señor que desea verle y quiere que le anuncie que es su amigo “el sociata”. No le dije que pasara. Colgué, envainé la Scheffer, me levanté de la mesa y salí personalmente a encontrarlo, saludarlo y acompañarlo, cogiéndolo del brazo, al tresillo de piel de cabra que había en mi despacho de decano. La secretaria, al ver tanta deferencia, abandonó su Olivetti y vino con diligencia a cerrar tras nosotros la puerta, con la misma bambolla que el becario uniformado se la abre y se la cierra a Felipe VI cuando vienen Pedros o Pablos a meterse por ella.

- Estamos profundamente preocupados -me dijo-, los sondeos realizados auguran un clamoroso No en el referéndum del 12 de marzo próximo (1986) para permanecer en la OTAN. La cosa es tan seria que hemos hablado con Fraga (oposición) y de inmediato ha llamado a las distintas sedes de su partido para que estimulen a sus militantes a la participación con el Sí, que, aunque ellos están de acuerdo con la permanecía, y así lo resaltaban en su programa electoral, muchos ven la posibilidad de que con el No llevarían al despeñadero al PSOE y, con él, a su presidente; de hecho el propio Felipe González ha dejado caer que si pierde se iría del gobierno: «El que quiera votar No que piense antes quién va a gestionar su voto» (sic). Tú tienes -continuó- un gran prestigio científico y ascendiente en el mundo universitario y, además, eres políticamente independiente, lo cual te añade un indudable perfil de credibilidad política. Te vengo a pedir que escribas algún artículo incitando al Sí en este plebiscito.

“Tres razones para decir Sí” fue el título del escrito que publiqué y que a mi amigo sociata le dejó muy complacido. En resumen venía a decir que la primera razón era porque me lo pedía un gobierno (PSOE) que me merecía credibilidad y más aún cuando el cambio de planteamientos electoralistas le había supuesto un tremendo coste político. La segunda, por la oposición, pues, aparte oportunismos mezquinos, todos los partidos de la derechona eran fervorosos entusiastas de la Alianza Atlántica. Y en tercer lugar, por mi vocación personal a ser solidario con los países que más han hecho por nuestro bienestar, avances científicos, y luchan sin cuartel contra el terrorismo.

Ganado el desafío, mi amigo sociata me contó, con detalles confidenciales, el bloqueo “cubano” al que nos habrían sometido algunas potencias de la Alianza si hubiéramos tomado en esos comicios las de Villadiego. Y, aprovechando el prestigio de mi cátedra, me propusieron la constitución y presidencia de la comisión (Prosereme), que prohibiría el tráfico de anfetaminas y que patrocinaba oficialmente la sanidad pública. Me satisfizo profesionalmente, sin que por otra parte me dieran un duro, ser nombrado asesor del Ministerio de Sanidad para el “análisis y seguimiento de las ayudas a la investigación”…

Si en casos de alto riesgo o de descalabro, hay que implicar a los independientes para que ayuden sin intereses de partido ni disciplinas de voto, más razón existe para exigir a los de la oposición que arrimen el hombro. Es papel de modulador, base de la democracia, la función que se le encarga al que no consiguió ganar las elecciones, y no la de dinamitero cuya misión exclusiva sea hacer saltar en añicos al que las ganó. Caen en un grave error de concepto los que, habiendo obtenido menos votos, consideran que el encargo de su electorado fuera evitar que saliera el otro. Pírrico valor les dan a los votos recibidos: “Si nos dieron votos para que no saliera Rajoy, no vamos ahora a facilitarle su investidura”. No, el encargo que recibieron era el de hacer posible la gobernanza, equilibrarla, matizarla, enriquecerla y controlarla. En aquella ocasión, Fraga ayudó a González a mantenerse en el gobierno por el bien de España. Las apabullantes mayorías, propias del pensamiento único, sin una oposición valiosa que las controle, terminan en holocausto; y, por el contrario, una oposición ciega, sin principios democráticos, como la que empieza a despuntar, estalla el sistema con los ciudadanos dentro, incluidos sus propios militantes (en España, no fueron los yihadistas los que dieron tiros a diestro y siniestro).

Hoy he ido a ver a mi amigo sociata a una residencia donde se olvida de todo aquello. Fui a decirle: - amigo sociata, ahora devuélveme los favores que me pediste y facilita la investidura de quien ganó las elecciones, que aún sigo siendo independiente y arrimo el ascua adonde mi olfato democrático me orienta. De esta forma tendré la más potente razón, cuando a vosotros os toque, para escribir otro artículo, como otrora hiciera, apoyando a tu candidato a presidente.

* Catedrático emérito de la UCO (Medicina)