El martes por la noche, cuando llegaron las primeras noticias (aún llenas de inexactitudes) del pánico colectivo desatado en Platja d’Aro, uno no pudo evitar recordar lo ocurrido en mayo en unos cines de Fuenlabrada (Madrid). Cinco descerebrados tuvieron la genial ocurrencia de colarse en una de las salas por la puerta de emergencia que dejó abierta un cómplice. Una vez dentro, lanzaron petardos al grito de «Alá es grande». La reacción del público puede imaginarse. Los chicos fueron detenidos poco después. Fue fácil. Eran los típicos gamberretes que merodean por los cines de barrio y estaban más que fichados.

El martes por la noche, en un primer momento se creyó que la bromita de Platja d’Aro consistió en otra recreación de un atentado terrorista. Se habló incluso de disparos con armas simuladas. El miedo se desató, alimentado por las versiones alarmistas que difundieron las primeras versiones que saltaron a las redes sociales y por el tradicional boca oreja, nunca muy fiable. Padres asustados, con sus hijos a cuestas, buscando refugio en los aseos de los bares. Señoras mayores presas del pánico contusionadas tras caer al suelo. Miedo, mucho miedo.

Al final resultó que las armas simuladas eran palos de selfi, que los terroristas eran paparazis y que sus supuestas víctimas eran turistas aburridos y necesitados de alguna emoción fuerte. Todo había sido un flashmob organizado por unas monitoras, a las que se ha imputado un delito de desórdenes. Lo único real de esa noche fue el miedo. Miedo sin fundamento, pero real.

Los ciudadanos, tras la última oleada de atentados yihadistas, especialmente el de Niza, hemos optado por guardar nuestros temores e intentar contenerlos en nuestro interior y simular que la vida sigue igual. Pero lo cierto es que la escotilla del miedo está abierta y su contenido está a rebosar. Cualquier nimio detalle, sea gamberrada, broma o inocente flashmob sirve para prender la mecha del pánico. Lo ocurrido en Platja d’Aro tristemente demuestra que el terror está ganando la batalla y nos estamos acostumbrando a convivir con el miedo.

* Periodista