Me parece que he hablado alguna vez de la idea de que nadie se va a escapar de rositas, que dicho en el lenguaje popular se podría expresar afirmando que es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo.

La esperanza en el Juicio Final es una buena cosa porque, en palabras de Cristo, «no hay nada oculto que no llegue a saberse». Eso de irse de rositas es algo muy querido para quienes piensan que solo han de ser testigos de su actuar los más inmediatos a ellos. El Gran Hermano será un juego de niños cuando toda la Humanidad comparezca ante Jesucristo al fin de los tiempos y se pongan de manifiesto hasta los más ocultos pensamientos de cada uno.

Puede ser que haya quien vea el fin del mundo como algo tan lejano, que en el terreno práctico se puede decir que no va con él.

Allá cada cual. A mí personalmente, esa referencia escatológica me parece que hay que tenerla en cuenta y en cierta medida, «irse entrenando» para cuando llegue el momento. Ese entrenamiento se llama transparencia, esto es, huir de la doble personalidad, una, la que somos, y otra, la que querríamos ser.

Alguna vez he hablado de la conmoción que causó en su día la obra de Suetonio Los doce Césares, que echó por tierra el mito que los propios césares habían creado en torno a sus figuras a través de escritores sobornados que se dedicaron a divulgar las glorias de estos y a omitir sus miserias, incluso varios años después de la muerte de sus protagonistas. Al final se impuso la verdad, que había estado oculta, pero no olvidada.

Casos parecidos han sucedido a lo largo de la historia. En los años recientes, por ejemplo, ha habido una verdadera avalancha de datos y noticias negativas sobre la figura de Franco. Quizá sean necesarios unos años para que se llegue a una mayor objetividad, que probablemente no estará situada en los contenidos de lo que se pensaba de Franco antes de 1975 ni en lo que se ha pensado después de esa fecha. Es verdad que al final estará la justicia de Dios, pero no es raro que antes de esa, se dé la justicia de la historia. Puede ser que alguien escape de la justicia de la historia. Es difícil. Pero de la de Dios es imposible.

Lo mejor es la transparencia.

Si procuramos actuar bien por convencimiento, es casi seguro que ese buen actuar lo verán los demás, y de esa manera todo irá mejor. También podemos llevar el razonamiento al revés: Si procuramos actuar bien ante los demás, esa presencia de los demás será para nosotros un acicate para actuar bien.

En tiempos pasados esta transparencia podría ser algo así como una elección de un modo de vivir. Hoy día yo diría que es algo ineludible, obligado. O lo que es lo mismo, que en los tiempos que corren, en la Aldea Global, no se puede ser de otro modo que transparente, se quiera o no. No me refiero solo al hecho de que entre Hacienda, la DGT, el Ministerio del Interior, la Seguridad Social, el ayuntamiento, Google, la compañia telefónica con la que operamos, el GPS y demás entes nos tienen localizados en todos los aspectos, sino que las redes sociales Twitter, Facebook y demás, y recientemente Whatsapp, se encargan del resto, amén de algo tan antiguo como el hombre, y no menos efectivo, como el boca a boca, el cuchicheo en vivo.

Quien hoy día opte por no ser transparente, no sabe el mundo en el que vive. Hoy día se sabe todo de todos y las noticias van, no a la velocidad de la pólvora, sino de la luz. En el mundo en que vivimos no queda más remedio que ser transparente, ya sea por convencimiento o por necesidad. Quien quiera ocultar la verdad, además de que casi con seguridad, no lo conseguirá, se tendrá que enfrentar con el reproche social de querer ocultarla por motivos inconfesables.

Lo mejor en el mundo en que vivimos es adelantarse a dar la cara, ir con la verdad por delante, no mentir nunca, adelantarse a explicar las cosas, si es el caso, llevar una vida coherente entre lo que se piensa y lo que se actúa, reconocer los propios errores si los hay, no rehuir la crítica; en una palabra, ser transparentes.

Además, la transparencia tiene un beneficio derivado, del que ya se hacía eco el rey David, cuando compuso el salmo 3 hace unos 3.000 años: que con ella se logra quedarse dormido a los pocos minutos de acostarse, lo cual es preferible al coñazo de estar dando vueltas en la cama, preocupado y angustiado, y con los ojos como un búho.

* Arquitecto