Es posible que muchos de ustedes no se hayan parado nunca a pensar de dónde procede la palabra turismo, ese abracadabra que últimamente parece erigirse en pócima mágica capaz de activar la economía española, y por extensión la de Córdoba con el pretexto de devolverle un lugar en el mundo que en realidad nunca ha perdido, por cuanto sus ecos llevan muchos siglos siendo universales. En palabras de A. Pérez-Juez, el término alude a un viaje circular de placer o exploración, que implica desplazarse a lugares atractivos por su exotismo, calidad de vida o interés etnográfico y/o monumental de forma siempre temporal, por cuanto indefectiblemente se torna al punto de partida, y es de filiación lingüística francesa, si bien como concepto se lo atribuyen los británicos, quienes entre los siglos XVIII y XIX acuñaron la expresión Grand Tour para definir lo que empiezan a hacer por entonces los hijos de sus más poderosas familias: reservar uno, dos, incluso tres años, según los casos y los posibles, para viajar por Europa con afanes formativos. Destinos imprescindibles: Francia e Italia, donde los postulantes ingleses se empapaban de historia del continente y cultura clásica, aprendían idiomas, hacían contactos y amistades, frecuentaban los ambientes cortesanos dejándose ver, incrementaban los fondos de sus colecciones privadas de arte y antigüedades, aprendían buenas costumbres, se iniciaban en los lances galantes y cogían experiencia antes de volver a casa y caer en las redes del matrimonio y las obligaciones.

Quien podía, además, se daba una vuelta por Alemania, Suiza o los Países Bajos, donde nutrían sus agendas de nombres y relaciones personales (también institucionales), claves para el papel que les tenía reservado la vida como futuros rectores del orbe. Con todo, por encima de intereses políticos o estratégicos, el Grand Tour tuvo siempre un carácter educativo y de maduración individual verdaderamente determinante en el cursus y las capacidades de las clases privilegiadas británicas. Tanto es así que, a pesar de la globalización y los mil y un cambios sufridos por el mundo en el último siglo, muchos lo siguen practicando (también en América). Constituye, por tanto, un rito envidiable de iniciación a la vida, que al componente práctico e instructivo añade otro hedonista y epicúreo, propio de un pueblo sabio y positivista, consciente de su lugar en el mundo y muy coherente con su propio carácter, tan altivo como curioso, intrépido, observador, audaz y siempre proclive a la conquista. Como verdaderos precursores del turismo cultural, estimulados además por la obra de grabadores como G.B. Piranesi y teóricos como J.J. Winckelmann, incorporaban siempre en su viaje una detenida visita a los grandes centros de la Antigüedad (Roma, Nápoles, Pompeya, Herculano o Stabia), de la mano y la guía de tutores expertos en cultura clásica. ¿Por qué no llegaban más allá, dejando fuera del circuito centros arqueológicos tan emblemáticos y significativos como Egipto, Grecia, Mesopotamia o Asia Menor? Pues por las mismas razones que hoy: tanto el Mediterráneo Oriental como el Norte de África eran lugares inestables y peligrosos; incorporaban un componente de aventura e incertidumbre que se avenía mal con los objetivos del Grand Tour y quedaba para otro tipo de viajeros.

Poco a poco, la pasión por los viajes y los paisajes antiguos iría calando en la sociedad europea, de la mano del pintoresquismo, el romanticismo, el exotismo, la etnografía y cierta nostalgia por el pasado, hasta que a mediados del siglo XIX el inglés Thomas Cook inventa el “paquete turístico” de corta duración, que democratiza lo que antes había sido privilegio de las clases adineradas, y después de la Segunda Guerra Mundial, ya institucionalizado el concepto de vacaciones, eclosiona el turismo de masas, adobado ahora por nuevos elementos no estrictamente culturales como el sol, la playa, el comercio, la gastronomía, el ocio y el descanso, que a día de hoy siguen siendo motores determinantes del mismo. En el caso de Córdoba, por más que nos empeñemos en ignorarlo, su atractivo universal reside fundamentalmente en el patrimonio (entendido en sentido amplio); justo lo que destacaba nuestra alcaldesa recientemente en su intervención en la reunión de Ciudades Patrimonio de la Humanidad celebrada en Cabo Verde. Suscribo por completo sus palabras, si bien ignoro cómo se harán realidad material. Ojalá, por fin, la ciudad vuelva la vista hacia su principal activo, perfile su imagen con precisión de láser y potencie lo que de singular y exclusivo puede ofrecer al mundo, racionalizando el modelo y optimizando recursos. Feliz cálido verano.

* Catedrático de Arqueología de la UCO