Hoy es la fiesta de San Ignacio de Loyola. Sobre San Ignacio y los jesuítas se han dicho cantidad de cosas. No hay que exagerar tampoco, pero lo que no puede ignorarse es que ni uno ni otros pasan desapercibidos. Los jesuitas han sido expulsados de España en cuatro o cinco ocasiones. Hubo un papa, Clemente XIV (1705-1774), que llegó a pensar que la existencia de la Compañía de Jesús era perjudicial para la Iglesia, y la suprimió un año antes de morir, el 21 de julio de 1773. En los años 1960 y 1970, durante el generalato de Pedro Arrupe, con su profunda captación de los cambios culturales y sociales de la época, los jesuitas volvieron estar en el punto de mira de muchos comentarios.

Con frecuencia se manejan dos tópicos, que a mi juicio no tienen suficiente fundamento objetivo. Se dice que San Ignacio llevó a la organización de la compañía un cierto estilo militar. Que la disciplina en la que él hubiera estado educado durante sus años de soldado la imprimió a la orden religiosa, haciendo de ella un cuasi ejército, donde los mandatos del jefe son ejecutados sin discusión.

Otro tópico también muy difundido es la lectura de un pequeño libro escrito por Ignacio: los Ejercicios espirituales. Los Ejercicios espirituales los ha hecho cantidad de gente. Y no pocas personas tienen de ellos un recuerdo más bien tétrico: la meditación sobre la muerte, sobre el infierno. Digamos, resumidamente, algo así como la religión del miedo. Sin embargo, no es esa la mentalidad subyacente a los Ejercicios de Ignacio de Loyola.

Los Ejercicios espirituales constituyen la herencia más importante que San Ignacio ha dejado. Si hemos de resumir en unas líneas la ideología que se plasma en ellos, podemos referirnos a tres puntos que estimo son los más característicos de la manera de pensar y sentir que San Ignacio transmite. Son tres puntos que pienso pueden aclarar la manera de pensar de su autor, y el paradigma que, al menos en principio, la Compañía de Jesús pretende reproducir.

El primero es lo que podríamos denominar un «sentido global de la vida». Lo expresa en media página, densamente escrita en un castellano de la época, a la cual pone el título de Principio y Fundamento. La vida del ser humano no tiene un fin en sí misma. El hombre no nace para sí mismo, ni vive para sí mismo. La transcendencia está presente en el origen y en el fin de nuestra propia existencia. Frente a una visión materialista de la vida, incluso frente a cualquier agnosticismo, se parte de una convicción absoluta de la razón de ser espiritual de la vida humana.

El segundo aspecto determinante es lo que podríamos denominar la identificación personal con Jesús de Nazaret. San Ignacio pretende llegar mucho más allá de lo que sería un conocimiento teológico o histórico de la persona, de los hechos y de las palabras de Jesús. Lo que él quiere transmitir es una pedagogía para reproducir en nosotros los mismos sentimientos y actitudes que tuvo en su momento Jesús. Propone una serie de métodos concretos destinados a la asimilación emocional de las posiciones adoptadas por Jesús.

Un tercer aspecto es lo que llamaríamos la dialéctica de los valores. Como resumen de lo que la figura de Jesús ha significado, escribe un par de páginas densas que él llama «las dos banderas». Contrapone dos grandes opciones en la vida, la opción de Jesús, y la opción de la sociedad mundana. El dinero, el éxito, y la apreciación de sí mismo; frente a la pobreza, la persecución, y la apreciación de Dios. Constituye un resumen denso, transformador, de lo que fue Jesús de Nazaret, enfrentado a los valores dominantes de la sociedad de su tiempo.

Con las omisiones normales que la limitación del espacio exige, creo que podemos decir que este es el estilo y mentalidad que San Ignacio dejó en herencia a la compañía. La historia de la orden es ya un tanto larga. 450 años son suficientes para que hayan ocurrido muchas cosas a lo largo de ellos. Algunas de las que los jesuitas nos sentimos orgullosos; otras que mejor hubiera sido que no hubieran ocurrido. Pero como dice el dicho popular, hasta en las mejores familias hay acontecimientos de triste recuerdo.

Pero sea como fuere, lo que sí es cierto es que la Compañía de Jesús está muy lejana del tópico común que la concibe como una especie de ejército disciplinado a las órdenes de un jefe. Hay un cierto sentido común de que, si libremente te has incorporado a una institución, libremente debes aceptar las reglas del juego. Pero no mucho más. H

* Profesor jesuita