Carles Puyol se llama Carles Puyol y es español: no lo digo yo, lo dice él, en un vídeo promocional de la Liga en China, pueblo ancestral en la poesía del minimalismo sensorial pero todavía púber en la épica futbolística. El texto del vídeo, que tiene algo de trabalenguas por aliteración y mucho de reclamo en el recuerdo, es una recopilación de la carrera del aguerrido defensa catalán, en el Barcelona y con la selección: «Soy excapitán del Fútbol Club Barcelona. He ganado seis Ligas, tres Copas de Europa, un Mundial y una Eurocopa. Soy Carles Puyol y soy español», para rematar a continuación, como en sus viejos goles más heroicos, por si quedaban dudas: «Soy español y soy Carles Puyol». En fin, que el hombre podía haber pedido que el texto, con sus subtítulos en chino, incluyera también alguna nota a pie de página, que apenas añadiría medio segundo al spot, algo así como «Soy Carles Puyol, soy catalán y español», o al revés, «español y catalán», pero no. El tío se quedó como estaba cuando le pasaron las líneas que tendría que decir, porque me imagino que las leería primero, y al parecer no vio ningún problema en afirmar «soy Carles Puyol y soy español», como tampoco lo tuvo Xavi Hernández en el escenario montado en Colón, en Madrid, tras ganar el Mundial bajo esa gigantesca bandera española, en gritar «¡Que viva España!», delante del mismísimo Manolo Escobar, que después la cantó, en esa apoteosis de españolidad.

Nada que objetar. Que cada uno se sienta y diga que es de donde le parezca, haya nacido allí o no, porque uno también es de donde quiere ser. Pero claro, quizá Carles Puyol no contaba con Twitter, red social en la que un montón de intrépidos paisanos independentistas lo han molido a palos verbales en las últimas horas. Lo más suave que han hecho es acusarle de «venderse por dinero», para después seguir en una crecida cada vez más dura: «traidor», «payaso», «hijo de puta», y ese nivel de esputos líricos para el jugador, no en vano catalán, además de español, y excapitán del Barcelona.

También ha habido gente que ha entrado a saco para apoyarle, recordando conceptos bastante básicos, siempre cercenados en cualquier régimen dictatorial o en su proyecto más o menos larvado, como la libertad de expresión -que no lleva aparejada, no lo olvidemos, el derecho a injuriar y a calumniar, por muy pública que sea la figura, según reiterada jurisprudencia del Tribunal Constitucional y el más esencial vistazo de la ley- y la libertad política. Carles Puyol ha podido ejercerla más o menos conscientemente, vendiéndose más o menos -me gustaría saber en qué trabaja, o si trabaja en algo, toda esta caterva de insultadores públicos, que seguramente estarían dispuestos a vender la poca dignidad que les queda por bastante menos que Puyol-, pero lo que está claro es que nadie tiene derecho a machacarle por proclamar su procedencia.

Pero el asunto sigue, porque la vida sigue, y lo mejor del caso ha sido la respuesta de un desconcertado Puyol, que seguramente dejará, también desconcertado, a más de uno: «Pensaba que solo se vería en China». Hombre, eso lo podías haber pensado en la época de Gary Lineker, incluso de Romario; pero ahora, un tío que se recorre medio mundo en avión como embajador de no sé cuántas cosas, si aún no ha comprendido lo que supone Internet y la inmediatez de cualquier cosa, o peca de una ingenuidad preocupante, o se quedó tocado después de un balonazo o se está quedando, que es lo más probable, con el personal.

Como Xavi Hernández, que después de haber gritado «¡Que viva España!» tuvo que aclarar, que «yo siempre miraré por el bien de mi país, que es Cataluña», Puyol también firmó el manifiesto de Guanyarem, aquella plataforma deportiva, sí, pero con un evidente sesgo independentista. Pero lo alucinante es que los dos, siempre tan prudentes en cuestiones políticas, no es que hayan tenido que rectificar, sino que se hayan visto obligados a ello por una especie de presión social.

Entonces estos tíos, que han vivido una vida plena, dedicándose a su deporte, que han triunfado en él como héroes griegos, a nivel de clubs, en la mejor etapa del Barcelona, y en la selección española, que lo han ganado todo, que son millonarios, insisto: que tienen pasta para ser ricos varias vidas, que podrían vivir donde quisieran, en un ático en Manhattan, que tienen lo mejor del mundo al alcance de la mano, van y se acojonan cuando alguien les llama traidor o españolista. Esto es represión civil, totalitaria, con su miedo público. H

* Escritor