Me entero de la existencia de JPelirrojo por una polémica en las redes sociales. Al parecer es un youtuber muy famoso. Un youtuber es alguien que hace comentarios, practica con videojuegos y/o bromea en vídeos que cuelga en Youtube, que les paga entre dos y diez euros por mil visualizaciones.

Habrá niños que en lugar de querer ser médicos o futbolistas sueñen con ser youtubers cuando sean mayores. Suelen ser jóvenes y aunque usan un lenguaje desenfadado y tienen habilidad en la edición se caracterizan por ser «políticamente correctos» aunque aparentemente sean contestatarios. Progresistas por fuera, conservadores por dentro, los youtubers practican una iconoclastia tan banal como superficial, simulacros de rebeldes afines a causas impostadas y con mucho tirón entre la muchachada funcionalmente analfabeta. Forman parte del tsunami de «opinión basura» que inunda las redes sociales, destinada al consumo rápido y descerebrado de los adolescentes de la generación Pokemon.

Sin embargo, a JPelirrojo le ha salido el tiro por la culata. Porque para defender su presunto amor por los animales no se le ocurrió otra cosa que aplaudir en Twitter la muerte en la plaza del torero Víctor Barrio. Por ejemplo:

«Estaría siendo hipócrita al afirmar que no me alegro cada vez que un torero muere, sea en la plaza o sea en un accidente de coche. Y siento si eso me convierte en mala persona para ti, pero me siento tan feliz cuando un toro coge y mata a un torero como cuando marca tu equipo un gol».

En mitad de las guerras de religión que asolaban Europa, Sebastian Castellio cinceló esta máxima genial contra todo tipo de fanatismos:

«Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre».

Por supuesto, JPelirrojo es mucho más famoso que Castellio en Twitter del mismo modo que Justin Bieber tiene más oyentes en Spotify que Alessandro Scarlatti.

Hubo muchas protestas en Twitter contra esa implícita apología de la violencia que hacía don JPelirrojo, por lo que Nestlé, la empresa que le había contratado para que fuese su imagen de marca de unos helados, lo retiró de la campaña porque, explicaba la compañía suiza, el youtuber se había alegrado de la muerte de un ser humano. Nestlé le fichó en el uso de su libertad de contratación porque es una celebrity; y le ha despedido porque es un miserable moral.

Hace un año también se alegró de la muerte de un hombre corneado por un toro el humorista británico Ricky Gervais, el cual manifestaba que en la «lucha» entre hombre y bestia, deseaba que ganase el toro. Una barbaridad semejante a la de desearle la muerte por atragantamiento a Gervais cuando se coma un bocadillo de chorizo. Porque Gervais no es vegetariano pero sí que «sólo» come animales que sean de corral y que en la presentación en el plato no le recuerde que habían sido seres vivos. Es decir, que el pollo empanado se lo come pero siempre que tenga forma de corazón, a ser posible sonriente.

Al grado supremo de hipocresía propongo denominarla «a la Gervais» del mismo modo que hay carne a la Strógonoff. En un ejemplo opuesto, Zuckerberg, el creador de Facebook, ha llegado a ser casi vegetariano, como Gervais, pero con una estrategia diferente. El creador de Facebook se comprometió a comer únicamente los animales que matase él mismo, lo que le llevó a conocer ganaderos que le explicaron las técnicas para sacrificar animales aminorando el sufrimiento inherente al acto de matar.

Actitudes como la de JPelirrojo o Gervais muestran que, más que amor por los animales, en ocasiones los animalistas lo que sienten es un gran odio hacia los seres humanos producido, seguramente, por algún trauma personal. Simplistas y superficiales, incapaces de entender otra cosmovisión sobre la vida y la cultura, los animalistas fanáticos, como JPelirrojo o Gervais, revelan con su intransigencia y vileza como una presunta compasión, aireada con ostentación y alevosía, no es sino una sublimación de un autoodio mal asimilado. Explicaba Wittgenstein que aunque pudiésemos hablar con un león no nos podríamos comunicar con él porque no hemos vivido al contexto en el que se ha desarrollado.

Gervais, que es a Wittgenstein lo que JPelirrojo es a George Steiner, cree ser capaz de ponerse en lugar del toro para interpretar lo que está pensando. Esta sobredosis de sentimentalismo barato y empatía de mercadillo hacia los animales, que se manifiesta en histeria y vileza cuando muere un hombre, es un síntoma de algo más profundo: el cambio de paradigma de un modelo educativo centrado en la razón a otro basado en las emociones.

* Profesor de Filosofía