L a vuelta del PP al Gobierno confirmará que se ha agotado el impulso del cambio que hasta hace poco ha agitado la política española. O que ha entrado en un paréntesis que puede durar tiempo. Porque el éxito del PP, por muy corto que sea, representa justamente la victoria de las fuerzas que pretenden que todo siga igual. A menos que se produzca un milagro de última hora, ese es el mandato que presidirá la nueva legislatura. Aunque parezca mentira, Rajoy es el hombre fuerte de la situación. Tiene, con diferencia, más capacidad de maniobra que cualquier otro líder político. Gobernará en minoría, sí, tendrá que pactar, en primer lugar los Presupuestos, y eso no será fácil. Pero no tendrá que lidiar con un conglomerado de partidos unidos para hacerle frente y derribarle. Si no lo hace muy mal y si no lo arrolla la crisis internacional que se avecina, tiene muchas posibilidades de seguir adelante. Para hacer lo mismo que ha venido haciendo hasta ahora: tapar las fisuras que la corrupción pueda abrir entre los suyos, preocupación única del PP en ese capítulo, mirar para otro lado en Cataluña, tener contento al entramado de intereses económicos que con mayor o menor entusiasmo le apoyan. Y seguir gobernando con complicidad de las instituciones. No sabe hacer otra cosa y seguramente no puede. Quien espere que Rajoy vaya a reformar algo de verdad, puede esperar sentado. Sus limitaciones, personales y políticas, son muy grandes. El hecho de que sea el hombre fuerte es la expresión más nítida de la debilidad de la política y también de la democracia española. No por ser muy lamentable el momento es menos inquietante. Del PP no se puede esperar nada que lo mejore. Lo que puedan dar de sí los otros, divididos y cada uno a lo suyo, solo se atisbará un día aún hoy lejano.

* Periodista