En la conocida entrevista que el periodista Jay Allen realiza al general golpista Francisco Franco el 27 de julio de 1936, ante la pregunta «¿Ahora que el golpe ha fracasado en sus objetivos, por cuanto tiempo seguirá la matanza?» el futuro dictador responde con una especie de profecía autocumplida: «No habrá compromiso ni tregua, tomaré la capital, salvaré a España del marxismo cueste lo que cueste». Jay Allen insiste «¿Eso significa que tendrá que matar a la mitad de España? y Franco reitera «repito, cueste lo que cueste».

En estas breves frases se apunta ya el plan de exterminio que el ejercito sublevado, apoyado por la oligarquía agraria y bendecido por la jerarquía eclesial, aplicó en Córdoba al igual que en Sevilla (12.000 víctimas) Huelva (8.000) o Granada (12.000). El golpe triunfa en Córdoba el mismo sábado 18 de julio sin que se produjera enfrentamiento armado digno de tal nombre, por lo que no puede hablarse de «guerra» en nuestra ciudad. Apenas un conato de resistencia en el Gobierno Civil, del que consigue escapar el alcalde socialista Manuel Sánchez Badajoz para continuar con dignidad pero sin esperanza durante unas horas la desigual lucha en el Ayuntamiento, actitud que le costó ser fusilado pocos días más tarde como tantos diputados y concejales socialistas, comunistas y de partidos republicanos, incluyendo a la propia derecha republicana. Lo mismo que le ocurrió al capitán de la guardia de Asalto en Córdoba, Manuel Tarazona, heroico defensor del gobierno civil con escasísimos medios, fusilado el día 13 de agosto en el cuartel del Marrubial por sus compañeros de armas sublevados.

El intento más organizado de resistencia provino del movimiento obrero sindical, y consistió en la huelga contra el golpe y por la República que convocan los sindicatos el domingo 19 de julio. Desde la Electro Mecánica el paro se extiende a Asland, así como a los gremios de Ferroviarios y Correos, que pagaron con abundante tributo de sangre su defensa de la legalidad. Pero el tiempo de las huelgas ya había pasado. Inmediatamente, el coronel Cascajo emitió un brutal bando, en el que amenaza con ser pasados por las armas a los dueños de fábricas y talleres que no delataran inmediatamente a los empleados que faltaran a sus puestos de trabajo. El 25 de julio hay ya 1.500 prisioneros, cuyo futuro inmediato será el pelotón de fusilamiento.

Así acaba la resistencia al golpe en Córdoba. Desde el 20 de julio, bajo la sangrienta batuta de Eduardo Quero primero, del comandante Zurdo después y , a partir del 22 de septiembre del teniente coronel Bruño Ibañez, se suceden masivamente las detenciones, las torturas, los «paseos» y las sacas desde los hacinados centros carcelarios --entre los que ocupa un triste lugar de deshonor el Alcazar Viejo-- hasta las tapias del cementerio de la Salud o los descampados del extrarradio cordobes como el arroyo del Moro, la carretera de Santo Domingo, la Carrera del Caballo, la Cuesta de los Visos, la Albaida, cuesta del Espino, Casillas, arroyo Pedroche...

Las cifras de la matanza alcanzan según los cálculos más conservadores las 4.000 víctimas -entre ellas más de 200 mujeres, algunas de ellas embarazadas como Carmen Jurado López- aunque testimonios autorizados basados en cómputos realizados por la Cruz Roja elevan el número de muertes a 7.770. Todo un crimen de lesa humanidad según los criterios establecidos por el Estatuto de Nuremberg en 1945.

A diferencia de la Historia, que se ocupa de explicar el pasado, la Memoria otorga una dimensión moral al relato de lo ocurrido y lo proyecta como una forma de actuar en el presente: ¿Qué debemos hacer las cordobesas y cordobeses de ahora con ese trozo aún vivo de nuestra historia reciente? ¿Cómo gestionar desde el ágora ciudadana la memoria colectiva de todo lo que ocurrió tras el 18 de julio? En primer lugar, contando la verdad y renunciando al olvido. Las crónicas de la ciudad deben afrontar ya la construcción y sobre todo la difusión de un relato veraz, fundamentado documentalmente y sustentado en valores democráticos del periodo comprendido entre el golpe de estado y la primera posguerra. La verdad es un bálsamo eficaz para cerrar las heridas que la desmemoria mantiene abiertas.

Queda la Reparación. El Ayuntamiento de Córdoba no puede seguir mirando hacia otro lado ante el deber público de reparación para las víctimas del franquismo. Por respeto a estas víctimas, el callejero de nuestra ciudad no debería mantener ni un solo nombre de personas que directa o indirectamente colaboraron con la sublevación militar. En el mismo sentido, urge la creación de un banco de ADN de familiares de los miles de desaparecidos que yacen en las fosas comunes de la Salud y San Rafael, así como la declaración como Lugares de Memoria de la cárcel vieja de Córdoba y el actual Alcázar, centros de los que tantos hombres y mujeres partieron hacia su último destino. Seguimos esperando.

* Presidente del Foro por la Memoria de Córdoba