Como ocurre con Jon Nieve, es difícil no sentir cierta simpatía por el PSOE. Dado por muerto y sin embargo vivo. Con un líder al frente zarandeado por sus propios correligionarios, por unos medios hostiles y por un soberbio líder de izquierda, para colmo, llamado Pablo Iglesias. Pedro Sánchez, como el protagonista de la serie Juego de tronos, ha vuelto a la vida, en una demostración de que la política y la ficción pueden ser dos en una. Seguimos vivos, y ahora qué, se preguntan los socialistas.

Lo primero, evitar la autocomplacencia, algo nada fácil. Es tentador para el PSOE instalarse en el inesperado éxito de haber frenado a Podemos y perder de vista sus fracasos. Un partido que en 1982 alcanzó los 202 diputados ahora tiene 85. Que de la peor crisis que ha vivido España, tras cuatro años de duros recortes y una crecida de la desigualdad sin precedentes (España es, tras Estonia, el más desigual de la UE y es el tercero en pobreza infantil tras Rumanía y Bulgaria) el PSOE no haya sabido fortalecerse es incomprensible. Que el PP de Rajoy, enfangado de corrupción -y también amenazado por un nuevo partido, Ciudadanos- siga ganando al PSOE por goleada es algo de lo que deben responder sus actuales dirigentes.

Esta es quizá su última oportunidad para evitar el desplome final. Los socialistas deberían darse cuenta de que lo que antes valía ahora ya no. Es buena la solidez que aportan 137 años de historia, pero no tanto la inercia de hacer las cosas de una forma que no da resultados. Un buen ejemplo es la composición de su dirección federal, con líderes que responden a cuotas territoriales, pero que no tienen proyección pública y en ocasiones carecen de un acreditado conocimiento de sus áreas cargo. En la actual dirección de Sánchez son mayoría los que están ausentes -con dedicaciones territoriales-, los que valen poco y los que no pintan nada porque no son de la cuerda del líder. Con el inconveniente añadido de que el secretario general no puede, de acuerdo a las reglas del partido, hacer cambios en su equipo.

Un partido que aspira a ganar no puede funcionar así. Pedro Sánchez lo sabe. Unos meses antes de las elecciones presentó a su Gobierno en la sombra, un consejo de relevantes profesionales llamados a ser los miembros de su Gobierno. Fue una demostración de que los ciudadanos no le pueden tomar muy en serio si es su actual equipo en Ferraz el que aspira a resolver los retos que tiene actualmente España. Uno de sus asesores me ha confesado que envidia el núcleo duro de Podemos porque tienen autonomía para actuar, son buenos y están dedicados a tiempo completo a su partido.

El PSOE debe realizar un congreso sin prisas pero sin límites. Debe revisar su programa, pero sobre todo su estructura y dirección. Sánchez, pese a haberse presentado dos veces a las elecciones, no lleva ni dos años al frente del partido. Pero puede que sea suficiente, a la vista de los malos resultados. Tiene derecho a volver a presentarse a la secretaría general -y quizá acabe siendo la mejor opción para su partido- pero no debe bloquear la posibilidad de que haya un debate sereno y abierto en que se exploren todas las opciones.

Los problemas estructurales del partido comienzan en la raíz. Las Juventudes Socialistas son la escuela en la que comienzan la mayoría de dirigentes actuales. Allí obtienen un máster en conspiración y prueban las primeras mieles del sectarismo. Descuidan su formación porque perciben que su proyección en el partido dependerá de su lealtad a ciertas personas y no de la calidad de su currículo. El partido no tiene interés en gastarse dinero en la formación de sus cuadros. En esa espiral se acaba gestando la gran selección adversa que sigue impregnando su personal.

Con menos representación y menos recursos, ahora necesita más que nunca tomarse en serio la formación. El talento no nace solo. Hoy en día, con la sobreexposición constante de los líderes bajo los focos de las redes sociales y los medios de comunicación, el olfato ciudadano se ha vuelto más sensible con quienes tienen poco que decir. O quienes solo repiten de memoria sin ninguna idea propia los argumentarios, a menudo aburridos, de su partido.

Por último, lo más urgente. El PSOE debe perfilar una estrategia para la investidura. La iniciativa la debe tomar el ganador, Mariano Rajoy. La abstención es el horizonte más probable para los socialistas, cuya responsabilidad no podrá permitir que un bloqueo institucional lleve al país de nuevo a las urnas. Y después hacer oposición. Pero, ¿cómo explicarlo? ¿Con qué condiciones? ¿Otro candidato para la presidencia? Podemos saltará al cuello, pero estando en horas bajas, quizá es el momento de que el PSOE actúe sin complejos. H

* Periodista y politólogo