Una de las cosas que más quebraderos de cabeza está dando a muchos es explicar qué ha pasado para que el resultado de las elecciones no haya coincidido con los pronósticos. Para mí, uno de los motivos ha estado claro desde antes de que tuvieran lugar las votaciones.

Las limitaciones de nuestra capacidad de medición en función de los instrumentos que usemos es algo que recuerdo del método científico. Mi profesor, don Miguel Ángel, describía lo complicado que era medir con exactitud cualquier cosa; Que mi regla de dibujo convencional solo sirviese para medir con una precisión de un milímetro fue de esas cosas reveladores de juventud que ha marcado la comprensión que tengo del mundo que me rodea y de la propia ciencia. Desde entonces he interiorizado que medir cualquier cosa tiene un error intrínseco, y que mientras se consiga acotar este error y tenerlo en cuenta en los cálculos es posible realizar todo tipo de correcciones para compensar las consecuencias de esta desviación.

Cuando se trata de demoscopia entran factores más complicados para determinar el nivel de error y la fiabilidad de los datos que estamos obteniendo. ¿Cuánto de invariable es la declaración de un votante que afirma que votará a tal partido un mes antes de tener que hacerlo?

Las encuestas son elaboradas por empresas de acreditada trayectoria que intentan objetivar estas dudas en la medición de intención de voto y muchas no se limitan a proporcionar alegremente los datos recabados sin más, se acompañan de explicaciones y se proporcionan unas líneas maestras para entender cómo se ha llegado a las conclusiones que allí se reflejan, lo que vulgarmente se llama «la cocina». La encuesta del CIS, incluía dos datos que la prensa mayoritariamente omitió sin sonrojo alguno, y que les permitió construir una verdad que no incluía el matiz de un detalle que, por considerar insignificante, fue despreciado: 29% de abstención y 32,4% de votantes indecisos con mayoría de estos valorando al PSOE como la fuerza que más simpatía les despertaba.

Concluyendo, tenían en su haber un dato, el de una mayor abstención, y una gran incertidumbre en la intención de voto de un tercio de los electores, y se procedió a afirmar sin lugar a dudas que todo estaba ya decidido. El sesgo de las personas que manejaron estos datos arruinó la valoración objetiva de las encuestas. Tanto los que elaboraron las conclusiones como los periodistas que se valieron de ellas para construir noticias fueron incapaces de distanciarse de su propia subjetividad, y no me refiero a sesgo político, que pudiera haberlo, sino a la incapacidad de considerar como posible un escenario en el que no creían a pesar de que las encuestas arrojaban datos que permitían dibujarlo como una posibilidad más. No quisieron ver el nivel de incertidumbre electoral que había ante ellos, y todos apostaron a caballo ganador, pues cómo no iba a subir algo que llevaba subiendo desde que salió. Y no subió. H

* Técnico informático y militante socialista