Llevamos varios años inmersos en el debate de la creatividad. Desde que el gurú pedagógico del siglo XXI, Sir Ken Robinson, realizó la famosa charla TED: Cómo las escuelas matan la creatividad vista por millones de internautas, el sistema educativo se ha sumado a la batalla pro-creatividad por doquier. Pero mucho me temo que falta un análisis riguroso para realizar afirmaciones objetivas sobre temas tan subjetivos como la creatividad. La nueva ideología educativa hipermoderna apuesta por restar importancia a los contenidos y promover las archiconocidas competencias, como si estas nunca se hubiesen fomentado desde los centros educativos.

Pero tanto la creatividad como las competencias son difícilmente objetivables, de manera que se exigen unos indicadores de aproximación para saber si un alumno ha logrado superar las competencias de «aprender a aprender» o la «social y ciudadana», por citar solo dos. Cosa que se antoja cuanto mínimo complicada sobre todo teniendo en cuenta que la evaluación se constriñe al ámbito académico con horario reglado y dentro de un microcosmos condicionado.

Pero lo que no suele decirse es que este mundo inundado de belleza y que rebosa creatividad por los cuatro costados está siendo diseñado por personas que han sido formadas por sistemas educativos que son denostados por esta pedagogía hipermoderna. Siguiendo la premisa de que el asesino de la creatividad es el sistema educativo tendríamos que concluir que, como los sistemas educativos de hace 20 años eran anti-creativos las personas que han sido educadas bajo aquellos parámetros decimonónicos no podrían haber desarrollado su faceta creativa. Pero el mundo está lleno de ejemplos de personas que han mantenido vivo e incluso reforzado su lado creativo «a pesar de la educación recibida». Y me temo que en esta faceta creativa, como casi todo lo que nos define, la genética tiene mucho que decir. El propio Sir Ken Robinson trata de llevarse el gato al agua cuando hace uso de un estudio longitudinal con más de 1.600 niños de guardería, realizado por Land y Jarman, sobre el pensamiento divergente, es decir, sobre la posibilidad de ofrecer múltiples respuestas a una pregunta. Y se apoya en los resultados de este estudio para afirmar que los niños de jardín de infancia que eran capaces de dar múltiples usos a un clip (más de cien), cuando crecen, pierden esta capacidad porque reducen el número de respuestas drásticamente. Según deduce este gurú de la creatividad, esto se debe a que el sistema educativo reglado ha mutilado una capacidad innata en el ser humano, la creatividad, y ya está todo dicho.

Hay que comenzar negando la mayor, el pensamiento divergente no es la creatividad, definir la creatividad nos llevaría mucho más tiempo y esfuerzo. En este caso se confunde la creatividad con la imaginación, los críos son capaces de imaginar cientos de usos para un clip pero la gran mayoría de ellos nos son realizables, son pura fantasía. Sin embargo, cuando estos niños son adultos, reducen significativamente la cantidad de sus respuestas y de ahí deduce Sir Robinson que han perdido su creatividad por culpa, claro está, de las escuelas. Lo que se le olvida señalar es que los 14 o 15 usos de un clip que el adulto postula son todos usos reales, pragmáticos, y en algunos casos muy creativos. Si bien es cierto que la creatividad no se trabaja en el sistema educativo de un modo objetivo, no es menos cierto que muchas asignaturas obligan al alumno a buscar soluciones creativas para los problemas que a diario se les plantean. Desde los trabajos de investigación, pasando por las exposiciones, coreografías para Educación Física, la resolución de problemas de lógica o matemáticas, el análisis de textos donde tienen no solo que extraer las ideas sino que además tener la capacidad de relacionarlas con su entorno,

Si tuviera que buscar un paradigma de la creatividad pondría como ejemplo a MacGiver, aquel especie de superhéroe friki de mediados de los 80 que era capaz de salir de las situaciones más apuradas haciendo uso de los objetos que tenía a mano y sus conocimientos. MacGiver poseía un alto nivel de erudición y además tenía la capacidad de interconectar los datos de una manera peculiar. Pero para realizar esta asociación de saberes tan originales primero tenía que poseer el conocimiento de cada uno de los saberes. MacGiver tuvo que realizar el decálogo antipedagógico de los educadores hipermodernos: hincar codos, memorizar y comprender contenidos; hacer el monótono y tedioso esfuerzo de empollar para crearse un base de datos personalizada, y subrayo personalizada, porque cada individuo hace suyas las cosas que estudia y logra comprender. Y la creatividad, entre otras cosas, es la capacidad de interconectar estos datos de una manera totalmente novedosa, de ver conexiones donde otros no eran capaces de atisbarlas. Si no fuera porque es un personaje de ficción me atrevería decir que fue un empollón de «sistema educativo arcaico».

Que hay que evolucionar en los sistemas educativos es obvio, pero hay que tener mucho cuidado con lo que se deja atrás. Corremos el peligro de ser infectados por el virus de la neofilia (amor a la novedad) y pensar que todo lo nuevo es mejor por el simple hecho de ser nuevo. Y como vivimos inmersos en un maremagno de estímulos a cual más atractivo, corremos el riesgo de atender estos estímulos sin aplicar el filtro de un pensamiento crítico que sea capaz de discernir la paja del grano. Hay que tener cuidado con los nuevos modelos pedagógicos hipermodernos y ser un poco más serios a la hora de analizar los procesos educativos en relación con su eficacia para la integración del sujeto en el mundo social y laboral no sea que al final enfoquemos la enseñanza bajo el estigma de la ligereza.

* Dr. y profesor de Filosofía

@srjosekarlos