Las elecciones son necesarias, pero no suficientes. España es un país que con frecuencia está en periodo electoral. Podemos elegir democráticamente quién gobierna nuestro país, nuestra comunidad autónoma y nuestro pueblo. Lo único que nos falta para alcanzar la perfección democrática es que la ley electoral no beneficie a unos partidos respecto a otros, que dichos partidos cumplan sus programas electorales cuando lleguen al poder y que los poderes del Estado se rijan por la norma democrática de la separación entre ellos. Dejando a un lado la ironía, traigo a colación estos asuntos porque he encontrado una investigación muy interesante que mide la calidad de la democracia española a través del funcionamiento de sus instituciones. Sus resultados muestran que España, como en tantas cosas, está lejos de países que tienen una tradición democrática consolidada y una ciudadanía crítica.

La investigación es muy oportuna porque viene a poner de manifiesto la ausencia de tan importantes cuestiones en una campaña electoral en la que confluyen partidos nuevos que basan su existencia en la regeneración democrática y la participación ciudadana en los asuntos públicos. El hecho de que no se haya puesto en el centro del debate público la rendición de cuentas como parte esencial del sistema político, me hace pensar que el interés por estos temas solo existe en el discurso. Y esta actitud es preocupante, porque la materia que gestionan los partidos políticos, a través de un presupuesto, no es otra que nuestras vidas.

Quizás sea esta libertad para operar sin rendir cuentas lo que facilita que los partidos utilicen determinadas estrategias electorales en las campañas. Es fácil detectar incoherencias, manipulaciones intencionadas de datos, la defensa al mismo tiempo de cuestiones absolutamente contradictorias, una repetición sin pudor de falsedades evidentes y de eludir las cuestiones centrales para la sociedad, en suma: puro marketing que llega a ciudadanos fácilmente manipulables.

Y luego están los líderes (porque son ellos): esos actores con más o menos experiencia y recorrido, con un papel bien aprendido, maquillados para evitar sombras y vestidos según el target mayoritario de sus votantes. Ellos, por su parte, no tratan ningún tema cuyo impacto no esté previamente valorado, quizás por ello reflejan cierta impostura.

Aquí entramos en juego los profesionales. Los estudios de opinión política y el marketing se ponen ahora a tope para aquilatar la imagen y el discurso de los políticos. Los interesados afirman rotundamente su escepticismo ante las encuestas, sin embargo, las encargan y las usan siempre. Un ejemplo muy simpático al respecto, es el anuncio de los gatos del PP, que plasma la existencia de un creciente número de individuos que nunca votaría al PP y que es la población diana del anuncio. El slogan tan gastado ya: «la mejor encuesta son las elecciones» es, además de un error teórico impropio en personas de tanto nivel, una respuesta desesperada ante la pérdida de poder que se anticipa y que se viene produciendo desde hace tiempo. Ojalá que dicha pérdida de poder se transformara en empoderamiento para solucionar los problemas de los ciudadanos, que también se anticipa que van a ser muy duros.

* Doctora en Sociología, IESA-CSIC.