Cuando España se pone a jugar en el más amplio de los sentidos del juego, hay pocos rivales que puedan desactivar ese maquiavélico y arrollador placer por la pura diversión. Turquía lo intentó al principio a fuego y espada, buscando el tobillo de Iniesta como si fuera un rollo de kebab. Muerto el prestidigitador, se acabó la magia, pensaron los futbolistas del emperador Fatih Terim. El líder de la Roja sufrió una entrada intimidatoria y dolorosa, un madrugador mensaje particular y global de lo que iba a ser el encuentro. Pero Andrés y sus compañeros, esa pandilla revoltosa y campeona, poseen un doble gen escapista que les permite huir de los cepos con su atrevida carrera hacia adelante, hacia el fútbol en su vertiente más aventurera.

Si los niños se ponen a tejer con la pelota, cualquier selección pierde el hilo. La victoria sobre los otomanos fue un ejercicio magistral de creativa destrucción, de progresiva utilización de la pelota como elegante herramienta de derribo de murallas tácticas y humanas. La propuesta de su enemigo consistió en la resistencia del pusilánime, siguiendo la pauta de Chequia para no encajar un gol, para sellar todas las vías y declarar el empate fiesta nacional. Imposible. España ha recuperado en esta Eurocopa, aunque con diferentes protagonistas, ese perfume que tiene enamorado al mundo desde el 2008.

Sus adversarios se rinden al anonimato y amontonan cuerpos en un doble línea defensiva para evitar que los españoles abran la caja fuerte por el centro. La variedad de la Roja para asaltar edificios de alta seguridad es tan infinita como su paciencia. Jordi Alba y Nolito por la izquierda y Juanfran por la derecha tensaron el arco de su velocidad y fueron flechas letales por los flancos. Cuando Turquía salía en busca de oxígeno, Busquets apretaba el nudo en la recuperación. Todo en el cortijo de España, en esos 50 metros de campo ajeno que hacen propio para empezar lo antes posible todo tipo de maniobras de ataque, de disfrute, de juego maravillosamente preciso.

Morata peinó un pase de Nolito, quien apenas dos minutos después resolvió otro delicado centro de Cesc. Un par de goles sobre los que España inició una danza incomprensible para Turquía, un repertorio de movimientos a los que se unió Iniesta de maestro de ceremonias. El Divino, el que no aparece en el mejor equipo de la UEFA pero de quien las estrellas de este deporte tienen un póster en su habitación, desplegó un abanico de pedrería en cada acción hasta fabricar el tercer tanto en colaboración, cómo no, con Jordi Alba, el expreso de Niza. La Roja, sin duda, es el arcoíris de este torneo.