Aún no ha llegado el 26-J y aquí hay uno que puede presumir de votos. Pero, ojo, que no son de los que caben en una urna, no. A esos se los lleva el viento de los pactos poselectorales, y si no, al tiempo, ya verás. Me refiero a los votos que me ha hecho jurar la vida. Los que he aprendido a fuerza de despedirme. Son los votos con los que trabajo y con los que quiero, también. Por eso amo lo que hago y por eso hago el amor siempre que puedo y me dejan, claro está.

El primer voto es el voto de la fe. No esa fe patrimonio de creyentes y religiosos. Fe entendida como pleno convencimiento en ausencia de datos. Por eso jamás me interesé por las ciencias, porque creo que predecir es abusar del pasado y porque confío demasiado en todo aquello que no se puede medir. Creo en el tamaño de una promesa. En la profundidad de un abrazo. En la velocidad de un «lo siento». Y creo también en el peso específico de una reconciliación. Creo que la tristeza se acumula y la felicidad, no. Creo en la gente que ve cosas que los demás no somos capaces aún de imaginar. Y creo que todos somos, de algún modo, enfermos todavía no diagnosticados. El segundo voto es el de la relevancia. El que me hace descartar todo lo que no lo es. Relevante es aquello en lo que inviertes tu tiempo o tu dinero. Lo demás son solo palabras vacías, bla, bla, bla. Un ejemplo: la crisis de los refugiados no preocupa una mierda a los españoles. No es una opinión, lamentablemente hoy sabemos que es dato. Si tus valores no te cuestan dinero, son valores aún por demostrar. El compromiso es promesa más comportamiento. Si no ocupa parte de tu agenda, a mí no me cuentes milongas. No te importa, te da igual. Y por último, tercer voto, el de la calidad. Calidad no definida como lo que un grupo de eruditos haya bendecido desde su atalaya. Eso es elitismo cultural y suele desembocar en racismo intelectual. Yo creo en una calidad mucho más democrática y mundana. Calidad es cumplir lo que se ha prometido. Si has prometido una película de miedo y te cagas de la risa, eso es un truño de película. Si prometes una experiencia gastronómica y no haces disfrutar mientras se come, eres un llenabuches, pero no un restaurante de calidad. Por todo ello, ahora sí, el 26-J mi voto seguirá siendo para el Pacma. Porque me los creo, porque pretendo que sean más relevantes y porque nos prometen algo que espero que cumplan, no ya por los de nuestra misma especie, sino por todos aquellos que nos sufren y aún no nos pueden botar. H

* Publicista