Treinta años has cumplido y sigues estando cada vez más joven. Tu envoltorio formal ligado a las condiciones en las que has ido tomando cuerpo ha impregnado el conjunto de muchas vidas, desde el vínculo que se ha ido estableciendo con cada uno/a de los que por ti han pasado. Historias en las que se han reconfigurado el pasado, se ha definido el presente y han podido abrirse un futuro de manera esperanzadora. Es lo que han podido sentir cada una de las personas que por un motivo u otro han estado en contacto con el Centro Provincial de Drogodepencias (CPD) de la Diputación del Córdoba, durante sus treinta años de existencia que se cumplen dentro de unos días.

Cuando llegué, confieso que no tenía ningún interés personal por el tema, pero pronto cultivé la ilusión de que sumando mi esfuerzo al de mis compañeros y compañeras, podríamos llenar el vacío institucional que hasta ese momento existía en la atención a personas que presentaban un problema de adicciones. Esta es la historia del CPD ligada a la de una «plaga moderna» que necesitaba resolverse con urgencia porque estaba mermando la vida de muchos y muchas cordobesas. Podría decirse que fue a partir de aquel momento cuando comenzó la era moderna en la atención a las drogodependencias porque hasta entonces, las pocas respuestas que en esta materia se venían ofreciendo, corrían a cargo de la indicativa privada a la que hay que reconocer su magnífica labor. Prometo no dar números, pero sí desentrañar los cambios que nos han permitido llegar hasta el día de hoy, con sus luces y con sus sombras.

El primer paso fue revisar las cifras de personas que podían padecer este problema para constatar que la «epidemia» era real y cuán de necesario era poner en marcha determinados recursos: los centros provinciales, las comunidades terapéuticas, las unidades de desintoxicación o las viviendas de apoyo. Por suerte, a partir de 1990 y en pleno auge de la infección por VIH, se flexibilizan los criterios para poder acceder al tratamiento con metadona, lo que permitió que muchos y muchas pacientes pudiesen acceder a este tratamiento como fuente de esperanza, aunque muchos quedaron en el camino. Con ello empezaron a darse en Córdoba los primeros pasos para, cada vez más, aproximar los recursos en adicciones a las personas y a las familias que los necesitaban y a luchar así contra la estigmatización a los que estaban sometidos. Porque el objetivo, basado en un sólido consenso tanto de los profesionales como de las asociaciones de afectados y como de las propias instituciones en Córdoba era normalizar la atención.

Es por ello fácil de entender que en el año 2004 se empezara a ver a estos pacientes en los centros de salud y que el modelo de atención, tras los cambios surgidos, fuese el sociosanitario. Especial esfuerzo se ha dedicado durante estos años a implantar un modelo de gestión para la promoción de la salud y la prevención de las adicciones en Córdoba desde un enfoque comunitario como un paso más de calidad, trazando una línea divisoria entre lo que en el pasado procedía de una mezcla de iniciativas con lo que hoy es fruto de la investigación y la evidencia. Evidencias que sugieren que las adicciones y sus determinantes se pueden mejorar con cambios planificados en el entorno social o físico de la persona, al igual que dicha evidencia nos dice que el consumo de drogas se relaciona de manera no coincidente con trastornos mentales.

Este relato cuenta la historia que nos ha conducido a un lugar socialmente diferente, donde más allá de otras consideraciones, no debemos de olvidar que todavía persisten problemas, mental y socialmente discapacitadoras. Para aquellos que aún se pregunten sobre los hechos que aquí se cuentan decir que, más allá de los avances, todavía quedan problemas que debemos mejorar como los problemas de adicciones de la población emigrante, o los de las personas sin hogar, o aquellos que afectan a los jóvenes con medidas judiciales o a las mujeres víctimas de violencia de género. Pero sobre todo queda por asumir, de una manera crítica, un nuevo paradigma de relación entre las instituciones, los servicios, los colectivos sociales y los profesionales que atienden a estas personas como sería el de la cooperación y el trabajo en red que conlleva pasar del “me toca a mí actuar” al “como puedo colaborar para mejorar esta situación”, lo que permitiría elaborar entre todos una respuesta conjunta fruto de la sinergia y no solo de la suma de datos. Esta es, desde mi punto de vista, la historia del CPD, sobre la que podría haber escrito mucho más, tanto como las historias de cada una de las personas que hemos atendido y que por él han pasado. Personas con distintas edades, con diferentes diagnósticos, dispuestas a contarme parte de su vida y a las que tuve el honor de conocer. Y a mis compañeros y compañeras artífices del empeño colectivo de mejorar la vida de estas personas desde el primer día hasta el momento actual. H

* Médico de adicciones