Este mayo cordobés aparecía positivamente retratado en diversos medios de comunicación por varias razones. Una de ellas tenía que ver con la abundancia de lluvias: los 230 litros caídos en abril y mayo contrastaban con la media de otros años (95 litros en estos dos meses) y con la sequía del invierno precedente. Otro de los alegres retratos tiene que ver con la habitual fiesta de los patios: Córdoba estaba “a reventar” y las instituciones volvían a hablar (como otros años) de un “retorno económico” de 6 millones de euros. Analicemos estos aguaceros, de turistas y del maná que viene del cielo.

El agua cae sí, pero en un contexto. Y es el actual contexto social, económico y de manejo de nuestros recursos (o bienes) naturales el que genera perdedores y ganadores. Me explico. Es probable que los actuales pantanos contengan agua para saciar el consumo de dos años en la ciudad. Pero los grifos de nuestras casas apenas consumen el 10% del agua embalsada en Andalucía. Si prosigue el incremento de un modelo agrícola e industrial intensivo en el uso del agua, ésta no será nunca suficiente. Los pequeños agricultores, en este caso, son ante todo víctimas, pues son obligados a intensificar sus regadíos y a malvender (en muchos casos a exportar) a precios muy bajos que apenas dan para vivir. Además, este agua tiene efectos “colaterales” en el propio campo. Bajo el avance del cambio climático, Andalucía tiende a “tropicalizarse”: intensas y concentradas lluvias, seguidas de períodos de sequías. Ello genera problemas para el trigo que necesita agua en el invierno. Y produce hongos en viñedos o cebollas al sucederse fuertes instantes de humedad con los típicos fogonazos de sol que vemos estos días. Por no hablar de la mayor erosión que provocan las aguas que caen con mucha fuerza. La disponibilidad de aguas no es solo cuestión de “cantidad”. Los cultivos se adaptaron a un ciclo de lluvias que hoy parece que dejamos atrás a medida que hacemos caso omiso de la sostenibilidad.

Y sobre la fiesta de los patios han vuelto a aparecer las voces de plataformas vecinales y de personas cuidadoras de estos patrimonios florales que denuncian que el “retorno económico” se reparte mal, y que ellos y ellas acaban llevándose “las migajas”. Lo cierto es que, en el mejor de los casos, solo un reducido porcentaje engrosará los bolsillos de quienes trabajan en la fiesta. Buena parte del tejido turístico en la ciudad, aparte de bancos y de empresas de viajes, apenas reinvierte o deja sus beneficios en Córdoba. Sus matrices y sus proveedores están en otros lugares. Córdoba se parece, en este sentido, más a un “campamento minero”, como indicaba en un artículo anterior (Diario Córdoba 14/12/2015); donde la veta es mantenida por unas condiciones laborales muy precarias y unas inversiones públicas que alimentan los grandes eventos.

Recientemente el Observatorio Económico de Andalucía (OEA) ha advertido que la veta está lejos de crecer, menos aún de generar condiciones de vida dignas. Se mantiene, con una leve desaceleración, el indicador que representa el Producto Interior Bruto en Andalucía. Pero no son buenas noticias, no es un indicador que refleje la salud de las personas, de la economía y de nuestros territorios. Aunque la población activa y la tasa de empleo crecen ligeramente, en su mayor parte son contratos que duran de media uno o dos meses. En el caso del turismo, contrasta la mayor entrada de visitantes con los descensos en contrataciones y en la declaración de horas reales trabajadas, algo evidente en los negros datos laborales de la pasada Semana Santa.

Llueve, pero malamente y de forma mal distribuida. Los datos del OEA arrojan un “fuerte debilitamiento” de la producción industrial y un agotamiento del empuje del sector público (afiliados, inversiones directas). La veta del campamento minero se agota. Y habría que ir pensando, por ejemplo, en otro manejo de recursos naturales, que generase valor y bienestar a través de circuitos cortos o de cercanía y de producciones ecológicas menos orientadas a la exportación: economías endógenas. Lo mismo con los recursos patrimoniales humanos. La fiesta de los patios debería repensarse a través de sus protagonistas y de quienes, desde la pequeña hostelería y las nuevas ofertas surgidas de trabajadores cualificados en Córdoba, aportan ilusión, alegría y empleo a esta ciudad. Y puestos a pensar en un sector industrial propio de Andalucía, ¿qué mejor que presionar para que entidades locales y autonómicas apostasen por una economía de tintes cooperativistas orientadas hacia la inversión en tecnologías limpias, transporte público o rehabilitación de edificios para promover viviendas dignas?

Necesitamos que llueva sí. Pero pedimos también que se gestione de manera sostenible. Y no como un patio privado que no aporta futuro a la ciudadanía de Córdoba, ni tampoco al hábitat donde esta ciudad intenta florecer cada mayo. H

* Profesor de Sociología de la Universidad de Córdoba