Al señor don Alonso Quijano o como quiera que sea realmente vuestro nombre, al caballero andante don Quijote de la Mancha, Caballero de la Triste Figura:

Luengos años han pasado desde que vuesamerced vagaba por tierras de La Mancha en busca de aventuras y, sin embargo, no ha sido hasta el presente, en el que se cumplen cuatro centenas desde que el relato de las mismas vio la luz, cuando ha llegado a mi conocimiento vuestro amor por mí. El revuelo formado para celebrar la citada efemérides, me ha sacado de mi inadvertencia al tiempo que sumido, por igual, en el pasmo y la maravilla, pues no es poca cosa descubrir la hondura de vuestros sentimientos y sentirme guía de vuestros actos.

La razón de esta carta es dar a vuesamerced las gracias porque si muy hermoso es amar, tanto o más es ser amado. Gracias por amarme. Mi agradecimiento por exaltarme de la forma que lo hacéis, por haber mantenido indeleble esa devoción a pesar de los años transcurridos. Así, este escrito quisiera ser no un canto al amor, sino al sentirse o saberse amado.

Habéis puesto a una sencilla campesina en el pensamiento de hombres y mujeres de toda condición, que sin duda habrán envidiado el verme tan venerada. He estado y estoy en boca de humildes mendigos y reyes poderosos, y, de la misma manera, me han conocido sabios y necios, adultos y niños, nacionales y extranjeros. Y yo, sin haber hecho nada; siendo, simplemente, el sujeto pasivo de vuestro anhelo.

Saberme el mecanismo que anima vuestras acciones me dará ahora fuerzas para emprender las propias. Los amaneceres serán, para mí y desde estos momentos, distintos. No he de volver a sentir debilidad ni desasosiego, tristeza ni desconsuelo, porque sabré que vos estáis velando por mí. No pensaré que existen miradas ni comentarios jocosos o despectivos hacia mi persona porque mi pensamiento estará en que vos veis lo contrario. No podré hablar con vos cuando lo necesite pero sé que estáis ahí y eso, sin duda, me reconfortará. Me sentiré importante, porque soy importante para vos.

Quisiera saber qué os ha seducido de mí. Me miro y remiro, pensando en qué será lo que os ha enamorado. Se instala en mí la pretensión de cuidar mi cuerpo y pulir mis defectos --como es el caso de discurrir el lenguaje de este escrito--, por miedo a que no hayáis reparado en ellos y que cuando lo hagáis se apague vuestro embelesamiento. Aunque, en realidad, deseo seguir siendo como soy porque así me visteis o quisisteis ver, y así os he enamorado. Quisiera estar a vuestra disposición, en justa correspondencia a vuestra entrega. Ansío ayudaros en aquello que necesitéis, ser hombro de vuestros lamentos y escudo de vuestras quejas, cómplice de vuestras alegrías y compañera de vuestras dichas, estar siempre al tanto de dónde estáis y conocer a cada instante si aún me seguís amando.

Tras saber de vuestros amores, mi autoestima, palabra que sin duda desconoceréis pues es concepto moderno, y que no quiere decir sino la opinión que tenemos de nosotros mismos, ha subido muchos grados. No es poco placer para el ego humano sentirse centro de atención en general, y si uno lo es de forma eminente para otra persona, mayor es la satisfacción. Los calificativos que me otorgáis, como “dulcísima”, “reina de la hermosura”, “rosa entre espinas”, “lirio del campo”, “ámbar desleído” o “princesa”, no pueden producir otro efecto. Me hubiera gustado, no obstante, como a cualquier amada, haber podido observar personalmente a mi amante, de forma abierta o con disimulo, para ver si podía encontrar en él aquellas cualidades que me hicieran amarlo, aunque bastante ilustrada me considero con la lectura de vuestras aventuras y estoy por determinar que os podría haber amado, que, probablemente, os amo.

Me he venido preguntando, desde que he tenido conocimiento de vuestros sentimientos, cómo sería mi vida con vos si el destino hubiera querido que esto sucediera —o Sancho puesto más voluntad en su misión—. Y he convenido que, sin duda, feliz y placentera ya que antepusisteis mi ser ante todo, aun sin saberme vuestra, y no habríais puesto menos empeño en servirme, adularme y agasajarme, de haberme encontrado. Yo os correspondería. A cada instante tengo menos dudas de ello. Y os amarraría a mi lado para atenderos como vuestro amor merece y para evitaros la tentación de correr más aventuras con que galantearme.

Mi nombre siempre ha sido Aldonza Lorenzo pero ahora y para siempre me sentiré Dulcinea del Toboso. Cuántas mujeres no quisieran ocupar mi lugar pues por vuestra locura aunque soy villana, me veis princesa, mientras muchos hombres cuerdos convierten a princesas en villanas, y aunque no tengo trono, soy la reina de vuestro mundo.

Para terminar, he de deciros que observo con gozo, que no existe personaje que haya tenido cumpleaños tan celebrado. Me alegra constatar que os conserváis joven y con íntegra fuerza.

Siempre vuestra por el Libro de los libros, Dulcinea del Toboso. H

NOTA: Extracto de la colaboración en el libro ‘El Quijote en el Café Gijón’, publicado en el 2005 para conmemorar el IV Centenario de la primera edición de ‘El Quijote’.

* Profesor de Geografía e Historia. IES Séneca (Córdoba)