Hace un siglo Europa estaba manchada de sangre. Entre 1914 y 1919 se desarrolló uno de los conflictos más sangrientos de los últimos siglos. La Primera Guerra Mundial, también conocida como «Guerra Europea», fue un conflicto armado que dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania pidió el armisticio y más tarde, el 28 de junio de 1919, se formalizó cuando los países en guerra firmaron el Tratado de Versalles.

En 1916, en el frente de batalla en el norte de Francia, en los alrededores de Dunkerque y de Verdún, el camillero militar Teilhard de Chardin escribe a mano en un sencillo cuaderno que envía a su prima Margarita el primer ensayo de cierta entidad en el que se expresa barroco, místico y desbordante el “genio teilhardiano».

Parece que el «bautismo de lo real» -como él mismo escribe- hizo que en su interior se desencadenasen unas misteriosas energías capaces de revolucionar su mente. Y tuvo la capacidad inmensa de intentar plasmar en un brillante francés las vivencias más hondas de su alma de poeta místico y científico. Los 18 ensayos que se conservan están publicados en el volumen de Escritos del tiempo de guerra. El primero de ellos, fechado el Dunkerque el 24 de abril de 1916, lleva como título La Vida cósmica. Es el primer escrito extenso del joven soldado Teilhard en el que apuntan algunos de los conceptos más significativos: el cuerpo cósmico de Cristo, la Santa Evolución, la comunión con el Mundo, la Materia que se hace Espíritu.

¿Qué es lo que quiso expresar? Tal vez podamos intuirlo en sus propias palabras. En la introducción a su siguiente ensayo El dominio del mundo y el reino de Dios (firmado el 26 de septiembre de 1916), Teilhard reconoce que «Al escribir La Vida cósmica he pretendido llamar la atención sobre la posibilidad de una sana reconciliación entre Cristianismo y Mundo, sobre el terreno de la prosecución leal y convencida del Progreso, en comunión sincera con una fe en la Vida y en el valor de la Evolución. Mostré entonces al alma, una vez despertada a la pasión de las realidades extra-individuales y cósmicas, arrojándose sobre el Universo en el que se escuchaba por todas partes la llamada de una Divinidad; y he descrito cómo, bajo su impulso, el Absoluto se descubre y adquiere la figura de un movimiento de ascensión y de segregación, hecho de intrépida conquista, de socialización intensiva, de continuo desprendimiento, hasta el momento en que la Verdad descendida del Cielo, unida a la Verdad que se elabora sobre la Tierra, sintetiza todas las esperanzas del Mundo en la bendita Realidad de Cristo, cuyo Cuerpo es el centro de la Vida Elegida” (p. 97).

Como escribe su biógrafo Claude Cuènot (Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución, pág. 68), a Teilhard se le pueden aplicar los versos de Baudelaire: «me has dado tu cieno y yo lo he convertido en oro». Hizo oro del cieno de las trincheras, porque poseía el don sobrenatural de extraer de las cosas y de los seres la savia mediante la cual crecía para Dios. La lectura reposada de La Vida cósmica puede ser, un siglo más tarde, una ocasión para iniciarse en el conocimiento interior de una experiencia única: la experiencia interior de Pierre Teilhard de Chardin. H

* Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin. www.jesuitascordoba.es