En el discurso social, como en las tiendas, hay temas que se ponen en moda y se plantean de una manera tan rotunda que dejan poco espacio a la crítica, a valorar si realmente la realidad es como nos la presentan. Uno de estos temas es el emprendimiento. Estudios de mercado, agencias de colocación, algunos medios de comunicación, y en general, toda tribuna que se precie, están lanzando desde hace tiempo ya un mensaje muy recurrente: los jóvenes deben ser emprendedores porque no serlo y, más aún, pretender ser un asalariado fijo con buenas condiciones laborales, o peor aún, funcionario, es anatema.

Sin embargo, yo veo un problema en este asunto, ¿cuál? El emprendimiento se ha convertido en un mandato social para responder a los problemas de los desempleados, sean estos jóvenes o mayores, tengan la cualificación que tengan y vivan donde vivan (con la diferencia de mercados que esto supone) y tengan o no recursos para endeudarse, lo cual es un gran problema, dado que no es posible emprender sin dinero. Los medios nos presentan jóvenes exitosos que montan una empresa y triunfan: el sueño americano. Son jóvenes valientes, dinámicos, ¡emprendedores! Sin embargo, no cuentan la tasa de mortalidad de empresas (elevadísima), ni los desahucios o embargos por caída de actividad, ni las dificultades para acceder al crédito, ni el soporte familiar. Porque claro, como todo en una sociedad neoliberal, emprender tiene un precio muy alto, por tanto solo emprende quien puede y no quien quiere. Excepciones hay siempre, pero una sociedad no se cohesiona ni progresa gracias a las excepciones.

Como antítesis del emprendimiento se sitúa el trabajo público, presentado como el elemento negativo en un diferencial semántico. Nunca se plantea emprendimiento frente a trabajo asalariado en una empresa, no. Emprendimiento y función pública son enfrentados para desprestigiar al sector público, y esto tampoco es inocente. Si analizan ustedes las políticas públicas de empleo, ahora se llaman "activas", verán que proponen que los parados se adapten a las necesidades del mercado laboral. Sin embargo, no logran tal cosa, lo que hacen es individualizar la responsabilidad. Esto significa que estar en paro es un asunto de usted, del parado, que no quiere trabajar o que no tiene formación: es su culpa, por tanto el Estado no tiene por qué ayudarlo, ni darle una prestación por desempleo. Ahí tienes la opción de emprender, eso sí, te lo pagas tú. Y esta es la trampa.

En realidad esto ya es muy antiguo, el Consenso de Washington, en los ochenta, lo explicó magníficamente: menos Estado de bienestar y más mercado. Omitió decir que el sector público, los funcionarios, lo son para evitar las arbitrariedades de los políticos que se alternan en el poder y poder garantizar así los derechos de los ciudadanos. Quizás esto nadie lo dice habitualmente, pero esta es la razón de su estabilidad. El prestigio y el desprestigio han sido y son herramientas muy utilizadas por "el poder" para dirigir a la opinión pública y no siempre buscando el beneficio de la ciudadanía sino más bien el suyo.

* Doctora en Sociología, IESA-CSIC