Yo tuve una granja en Africa. Así comienza el sueño, su implosión de belleza. Las imágenes se suceden sobre el lienzo caído, en la lona del cine: vemos a los leones dorados en la tarde, serenos en sus mapas de relajada majestuosidad, mientras un violín nos va llevando en su calma encendida, con su sabia pereza. Algo comienza aquí y algo termina, porque la escritura de Isak Dinesen se levanta en el rostro seguro y confiado de Meryl Streep, y Denys Finch-Hatton vuelve de su viaje con el pelo revuelto en el flequillo rubio de Robert Redford; y miramos y estamos confiados, porque asistimos al hilo del relato que nos sigue embriagando, aunque conozcamos su final, porque las llanuras del poema musical que aparece nos llevan grácilmente hacia un mundo más puro, más salvaje y más libre. Sin embargo, estamos ante una nueva versión de Memorias de Africa : la que ofrece la artista Klara Gomboc, conocida como la violinista del puente, al inicio de su disco Extasis , que tiene algo de libre albedrío único, de sonoro sollozo, en la ligereza de unos pasos que se adentran en su verdad más honda.

Es otra manera de descubrir la música del cine: asistir a una nueva dimensión de limpia delicadeza, de sutileza distinta, en todas estas piezas que son también películas, que son también fragmentos de las vidas que habitamos a medias, que a medias nos ocupan, pobladas de recuerdos y de lentas caricias, de amplitudes de la respiración y del espíritu. ¿Quién no recuerda lo que sintió la primera vez que escuchó la banda sonora de Esencia de mujer , el baile poderoso de Al Pacino, ciego pero dueño de sus pasos, o las playas dormidas de aquel Verano del 42 ? Películas, novelas, melodías, retazos de belleza. Klara Gomboc, una violinista eslovena que habla un cordobés impecable y toca en la Puerta del Puente estos temas y otros, ante multitudes ensimismadas, mientras el río que nos lleva, ese fondo de luz y argentería fenicia que cantó Pablo García Baena en su poema El río de Córdoba , también nos va llevando y nos eleva, nos va dulcificando el lento agotamiento de la tarde metálica, su frondosa elegancia, para hacernos volar.

Eso y mucho más se encontró el auditorio que el viernes por la tarde acudió a escucharla en la Filmoteca de Andalucía, nuestra casa del cine: una mujer única en el trazo de su pintura invicta, con su arquitectura erigida sobre el vasto silencio, con las melodías de las películas que han hecho un relato, también, de nuestra vida: Forrest Gump, El bueno, el feo y el malo --esta interpretación es formidable--, Pearl Harbour y hasta Juego de Tronos . Klara Gomboc las interpreta; en parte, las reescribe, las hace suyas con una orquestación que levanta ella misma, y luego nos las vierte convertidas en la nueva versión que también agiliza el pensamiento, lo desvela más pleno, convirtiendo esa música en lo que siempre ha sido: una puerta abierta a la emoción más íntima y sincera, aquella que nos dice quiénes somos, quiénes soñamos ser y quiénes fuimos. El viernes por la tarde, en la Filmoteca, viéndola sobre el escenario tocando su violín, sobre un fondo de imágenes que ella misma había seleccionado --alegorías de cine, que hacían referencia a las películas cuyas bandas sonoras iba tocando--, sentí que esas películas, que todas esas historias, volvían a nacer en mi retina, eran de nuevo un deslumbramiento bajo el sol más rotundo, con su fragilidad pura bajo el tacto despierto.

La tarde del viernes, en la Filmoteca, tuvo algo de mágico, de milagro recóndito. Por ejemplo: todo el mundo recuerda la banda sonora de Titanic , pero no la ha escuchado. Quiero decir: no la habrá escuchado de verdad, con su timbre de pérdida y de enigma, de rotura abisal, hasta haberla escuchado en el violín de Klara. Hemos tenido la inmensa suerte de que esta gran artista se venga a vivir a Córdoba, que pase aquí estos años de su biografía, mientras enriquece el escenario del Puente Romano, con la Calahorra al fondo, y su vuelo de espuma es un violín, su tensión de belleza, con su abrigo más cálido de luz acariciante, de vital estrategia como fiesta de música y de luz.

Hay algo más importante que las piedras augustas y sus recorridos: es la vida que visten, es la piel de los días con su voz delicada. Klara Gomboc toca su violín en la Puerta del Puente ante el cielo más libre, en su explosión de arterias que dibujan las llamas de un incendio poético. Creo en esto. Creo en el arte y la vida. Creo en cada mujer que se levanta y es capaz de armar mundos de elegante belleza.

* Escritor