En la guerra, tan arriesgado es escoger un mal aliado como equivocarse de enemigo. En esta guerra, la que el fanatismo islamista libra contra la civilización occidental, la Vieja Europa se ha anotado el dudoso honor de hacer doblete, al errar tanto con el compañero de armas como con el enemigo a batir.

Los atentados del Estado Islámico en Bruselas, en el corazón de la plutocracia europea, nos recuerdan quiénes somos las víctimas y quiénes los victimarios. Los verdugos que derraman nuestra sangre inocente en Saint-Denis o en Maalbeek, así en el metro de Londres como en los trenes de Atocha, son los mismos que en Siria e Irak arrasan poblaciones enteras, ultrajando, sometiendo y ejecutando por miles a seres humanos tanto o más indefensos que nosotros.

Hay diferencias entre unas víctimas y otras. Entre las que para salvar el pellejo huyen con lo puesto de la barbarie y la desolación, dejando atrás familia, posesiones y recuerdos, y las que no tenemos escapatoria, pues ya habitamos en la Tierra Prometida y el enemigo no nos acecha, sino que está instalado entre nosotros. Solo está en nuestras manos, o en las de nuestra dirigencia, combatir el terror allí donde se origina y solidarizarnos con quienes lo padecen a diario. Pero la empatía con el dolor ajeno es un sentimiento que quienes regentan el Primer Mundo han borrado de sus almas.

El pasado viernes, los jerarcas de la UE consumaban en Bruselas el trampantojo jurídico de la deportación sistemática de refugiados e inmigrantes a Turquía, cómplice equivocado desde un prisma ético pero muy útil para camuflar de individuales las expulsiones masivas, fingiendo así respeto a la ley internacional y a los derechos humanos. "Una respuesta eficaz al drama de los refugiados", sentenció Mariano Rajoy, cuando solo es eficaz para apartarlos de nuestra vista. Ojos que no ven...

La masacre de Bruselas nos recuerda que la amenaza para nuestra convivencia no procede de los refugiados de Lesbos e Idomeni, el eslabón más débil de esta contienda planetaria, sino de la Industria del Mal yidahista y de las petrocracias que la financian. Obremos en consecuencia.

* Periodista