Mi primer recuerdo del Inca Garcilaso se remonta a la infancia. La memoria me devuelve la imagen tenue de las tardes al salir del colegio, cuando acudía a la biblioteca municipal ubicada en un lugar conocido como la Casa del Inca. Años más tarde, estudiando bachillerato en un instituto llamado Inca Garcilaso, un profesor de literatura nos hizo leer un puñado de libros entre los que se encontraba Pantaleón y las visitadoras . Fue así como supe de la existencia de Mario Vargas Llosa.

Mi interés por la Historia partía de la certeza de que su estudio me exigía un menor esfuerzo que las demás materias. Alguien me habló en aquellos días de un señor llamado Porras Barrenechea, que treinta años atrás había resituado a Montilla en el mapa con sus investigaciones sobre el Inca Garcilaso.

Cuando Porras visitó la ciudad en el verano de 1949 desconocía que el azar iba a unir su nombre de forma indeleble al del Inca Garcilaso y al de Montilla. Los estudios publicados hasta esa fecha, apenas recogían algunos acontecimientos deslavazados de la etapa transcurrida entre la llegada del Inca Garcilaso a España en 1560 y la publicación de Los Comentarios Reales en 1609. Despachaban el agujero negro de su estancia en Montilla con la escueta evasiva "algunas visitas esporádicas", pero a Porras Barrenechea su instinto de catador de papeles viejos le decía que la realidad --que siempre es poliédrica-- escondía aristas ocultas entre los legajos de los desvencijados archivos montillanos.

José Cobos fue la amistad más íntima cultivada por Raúl Porras durante el tiempo que permaneció en la ciudad. Su hospitalidad y su entusiasmo ante aquella búsqueda incierta es una bella metáfora que está a la altura de ese vínculo imborrable entre Montilla y el Perú. Ambos encontraron en la figura del Inca un punto de encuentro, un subterfugio sobre el que asentar una amistad incipiente. Juntos hallaron en febrero de 1950 la casona que cuatrocientos años antes había servido de retiro al Inca Garcilaso. Meses más tarde, cuando iba a ser reconvertida en Biblioteca municipal, José Cobos consideró que aquel acto merecía contar con una imagen del Inca a modo de asidero visual sobre el que anclar los relatos del mestizo andino. Pero esta imagen sencillamente no existía, ni en el Perú ni en Montilla.

Siempre nos situamos frente al pasado desde nuestro presente porque la Historia es una reconstrucción de la realidad a caballo entre lo veraz y lo ficticio. La atribución al Inca Garcilaso de un rostro no vivido, de unas facciones en las que la realidad y la fantasía se funden y confunden, quizá sea un guiño del destino a una vida moldeada entre dos culturas. La historia de cómo se gestó esa imagen ha sido contada por el escritor montillano Antonio López Hidalgo en El privilegio del olvido .

La existencia establece a veces vínculos misteriosos, extrañas simetrías que son dignas de una novela. Cuando Mario Vargas Llosa ingresa en 1953 en la universidad de San Marcos en Lima, seleccionó algunos cursos de libre elección entre los que se encontraba el de Fuentes Históricas Peruanas que impartía Raúl Porras Barrenechea y al que consideró, años más tarde, como "la mejor experiencia intelectual de mi adolescencia".

Porras había vuelto a Lima en 1950 tras su periplo europeo como embajador en España (1948-1949). Incorporado a su actividad investigadora y docente en la universidad, publicaría en estos años El Inca Garcilaso en Montilla (1955), que recogía toda la documentación recopilada durante su estancia en la ciudad.

En julio de 2009, con motivo del 400 aniversario de la publicación de los Comentarios Reales de los Incas , Vargas Llosa enaltecía en un acto celebrado en la British Library la figura del Inca Garcilaso como el referente hispano de un "humanismo sin fronteras". Unos años antes, había visitado la ciudad de Montilla para ser investido embajador de sus vinos. Más allá del carácter festivo de aquel acto, seguramente el escritor tuvo ese día la convicción íntima de saldar una doble deuda: con su maestro Porras, culpable en los años universitarios de su pasión por la Historia del Perú y, tal vez, con él mismo y con el propio Inca Garcilaso.

Con su visita a Montilla un caluroso día del verano de 1995 Mario Vargas Llosa cerraba un círculo iniciado mucho tiempo atrás. Entre aquellos muros que acarició con devoción se habían pensado y escrito las crónicas del Inca Garcilaso. Casi cincuenta años antes, su maestro --Porras Barrenechea-- había entrado en esa casona de piedra con la misma emoción contenida que él sintió ese día.

* Profesor en el Lycée International Honoré de Balzac de París