El desnudo y el vino, la curva y la simiente del mercadeo y su representación. Lo hemos vivido durante la visita del presidente de Irán, Hasan Rohani, a Roma y a París. El afán por congraciarse con su delegación, integrada por nueve ministros y un centenar de empresarios, ha llegado al extremo de tapar la carnalidad de piedra en las estatuas de los Museos Capitolinos, escondidas en cajones de madera, para que la voluptuosidad de los cuerpos no ofenda los ojos iraníes. Las Venus se cubrieron con tablones blancos, porque la sensualidad natural de los mapas del cuerpo, los muslos anchurosos de pétrea potestad bajo los vientres dúctiles, con los pechos compactos antes de amamantar la mirada invisible, era demasiado para el presidente Rohani y los acuerdos comerciales entre empresarios italianos e iraníes.

La imagen es chocante y poderosa por lo que tiene de metafórico, como los 17.000 millones de euros en contratos como precio exacto por nuestra desnudez. Seguramente Italia no puede permitirse el lujo de estar a la altura de su historia: como Grecia, como nosotros mismos. Pero lo que se ha vendido aquí no ha sido solamente una suerte precisa de negocios flotantes, sino la protección de la identidad que representa, con su sombreado líquido, nuestra ya precaria cultura occidental, que guarda su reserva de derechos donde Irán orquesta sus contratos. Ni desnudos ni vino en los manteles: el gobierno italiano se plegó a todas las exigencias de la delegación iraní con obsequiosidad, con una franqueza que en ningún momento pretendió ocultar su servilismo. La explicación, la habitual en estos casos: el respeto a la diferencia cultural. Esa diferencia cultural que condena el desnudo porque niega nuestra naturaleza y encierra a la mujer dentro de un sarcófago social. Esa diferencia cultural que condena a las mujeres a andar escondidas de sí mismas, de su carnalidad y de su deseo, haciendo de la vida un teatro burlesco y lacerante de lapidaciones y rancios salvajismos que empiezan, pero no terminan, con cubrir las estatuas, como si la sexualidad fuera a extirparse de nuestra retina sólo con ocultarlas, como una ablación de la feminidad.

Pero en Francia la situación sería distinta, porque la república no puede someterse. Porque Francia es un país con grandes tradiciones republicanas y una de ellas es servir vino en las cenas diplomáticas. Por eso François Hollande no se sentó a la mesa, porque Francia no se plegaría al chantaje del integrismo cultural. Quizá con la comida halal podían transigir, pero no con el vino. Porque el gobierno francés, a diferencia del italiano, no iba a claudicar ante las exigencias iraníes. Anda que no se ha hablado nada de esa cena que no fue, como una nueva revolución francesa contra la imposición del petrodólar; pero también contra la dictadura de unas gentes que pretenden venir a Europa a comerciar con nuestra precariedad, mientras nos minan la moral cubriendo a las estatuas y dejándonos sedientos de vino y de placer.

Pues nada, que no hubo cena y Vive la France . Pero claro: resulta que, cuando acabó la representación, se firmaron veinte acuerdos comerciales, entre los que destacan la venta de 118 aparatos Airbus, por valor de 25.000 millones de euros, y el pacto de la petrolera Total para extraer hasta 200.000 barriles diarios de Irán. Sin mesa de por medio, para eludir el tema escabroso del brindis, Hollande le pedía, mientras, a Rohani, su colaboración para templar las arenas del Golfo. Es verdad que el amor viene de lejos, porque Jomeini se refugió en Francia en 1979, pero conmueve el alarde de orgullo patrio herido, tan defensor de la presencia tradicional del vino de Burdeos en carne viva, para luego firmar estos acuerdos millonarios: PSA Peugeot Citroën, Sanofi, SNCF, Bouygues o Renault: con vino o sin vino, superado el embargo se ha servido el negocio.

Mientras, una miembro del colectivo feminista Femen se colgaba de una cuerda frente a la torre Eiffel para denunciar la persecución que sufren las mujeres en Irán. Allí siguen encarcelados el corresponsal del Washington PostJasonRezaian, y el periodista pro-reforma KayvanMehrgan, junto con otros 40, y las mujeres no tienen derechos. Cuando viajas a un país islámico, respetas sus tradiciones, y aquí debe regir el principio de reciprocidad. ¿Qué estamos vendiendo en realidad? Tiene razón Houellebecq en su escalofriante novela Sumisión : somos una sociedad demasiado sumisa, que ha vendido ya todos los desnudos, el vino y también lo que queda de nuestra temblorosa dignidad.

* Escritor