Tanto el PP como Podemos, y en otro plano el PSOE, están protagonizando un penoso espectáculo. Los dos primeros, cada cual a su manera, han querido aliarse con los socialistas, pero leyéndoles la cartilla y propinándoles palmetazos. Los conservadores, con el antecedente próximo de tener esa incapacidad para el diálogo que propicia la mayoría absoluta, traspasan su culpa al PSOE y se olvidan del último cuatrienio de ordeno y mando, que les ha hecho perder millones de sufragios. Los antisistema de Podemos, resucitando un famoso eslogan de mayo del 68 --"Seamos realistas pidiendo lo imposible"--, han solicitado entrar de lleno en el gobierno, dando para ello una razón irritante: no se fían de dejar solos a los socialistas. Tales conductas parecen buscar una repetición de las elecciones que, según ciertos sondeos, les pueden resultar beneficiosas una vez comprobada la endeblez del candidato socialista. Ciertamente, Pedro Sánchez está pareciendo poco hábil, pues antes de negarse a dialogar con Rajoy, debió de establecer dos premisas que entendería la opinión pública. La primera, recordarle que, tras la corrupción de los ERE andaluces, ha retirado de las listas electorales a quienes faltaron a un deber de cuidado idéntico al que su oponente nunca ha asumido. Un hecho que dificulta pactar. A renglón seguido, pedir al PP el compromiso de dejar sin efecto los presupuestos --la ley más importante que aprueba anualmente el Congreso--, repudiados por toda la oposición parlamentaria, pero aprobados sin diálogo, mientras las prospecciones reflejaban que los conservadores tenían muy perdida la mayoría que los llevó al poder. Por todo ello, vemos alejarse un acuerdo PSOE-C's, que es posible y que despejaría la situación en este momento difícil en el que a la crisis financiera se ha unido la crisis de liderazgos.

* Escritor