A mediados de los años 80 del pasado siglo, durante la primera huelga de futbolistas en España, Jorge Valdano publicó un artículo en el que, ante los comentarios que sobre la misma había hecho el dirigente socialista Txiki Benegas, dijo de él, cito de memoria, que tenía nombre de extremo izquierdo pero que no jugaba por la izquierda. Algo parecido ocurre con quien tiene nombre, Pablo, y apellido, Iglesias, de uno de los símbolos de la izquierda socialista española, pero que no sabe o no quiere jugar por la izquierda, aunque se le llene la boca al decir que la gente ha llegado a las instituciones de la mano de su partido. Sin embargo, sus afirmaciones me recuerdan la intransigencia del Lenin que formó una fracción, los bolcheviques, en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, o también la arrogancia del dirigente derechista español José María Gil Robles, cuando en las elecciones de 1936 prometía una España grande si se le daba una mayoría absoluta y en un enorme cartel en la Puerta del Sol de Madrid proclamaba como Cisneros: "Estos son mis poderes", expresión que poco después, en una sesión del Congreso de los Diputados, la diputada Dolores Ibárruri calificaría de "gesto que quería ser olímpico, pero que no era otra cosa que la mueca del payaso asalariado". Iglesias ha defendido que la política se hacía ahora en las tertulias televisivas, no en el Parlamento, y parece seguir con esa idea, a la vista de sus golpes de efecto: la despedida del Parlamentó europeo, la toma de posesión en el Congreso o la última, presentarse como aspirante a vicepresidente, rodeado de sus futuros ministros y sin consultar ni negociar con quien debería ser presidente de dicho gobierno. No obstante, en los días anteriores, acorde con la tradición histórica de determinadas posiciones de extrema izquierda, centró su discurso en las críticas a los socialistas, no a la derecha, ni al PP, ni a Rajoy y sus políticas conservadoras. Todo ello cuando en su condición de politólogo debería conocer los malos resultados que a lo largo de la historia ha dado esa actitud: baste recordar la república de Weimar en Alemania.

El pasado viernes, cuando utilizó la expresión "sonrisa del destino", por la cual el líder socialista, al parecer, le debía estar eternamente agradecido, la intervención de Iglesias no me pareció humillante sino irrespetuosa, no solo hacia los socialistas sino para todos los ciudadanos, y si esas son las normas de comportamiento político de quienes dicen representar lo nuevo, me quedo con la casta, o parafraseando una reflexión de Juan Pablo Fusi sobre la historia, diría que no existe nueva y vieja política, sino buena y mala política, de modo que la buena vieja política sigue siendo rabiosamente nueva.

Los problemas en la actual escena política no son fáciles de resolver, y quizás no era lo que los votantes deseábamos al acudir a las urnas, pues sin duda estaríamos a favor de un panorama donde las condiciones de la negociación para formar gobierno pudiesen resultar más fáciles, pero ahora habrá que afrontar la situación, y nadie tiene una varita mágica para resolverla, porque todo depende de la capacidad para el diálogo y el entendimiento, sobre la base de que unos pactos no pueden nacer desde la imposición ni de las decisiones unilaterales e irresponsables. Como consejo, me permitiría recordar las palabras de Niceto Alcalá-Zamora (supongo que para algunos será mucho más que casta) cuando en agosto de 1931, al presentar en el Congreso de los Diputados el proyecto de Estatuto de Cataluña, señaló que ante los problemas políticos se apoyaba en "la libertad por norma, la paz por objetivo, la reflexión por criterio, la prudencia por método". Hay quien parece carecer sobre todo de las dos últimas premisas: reflexión y prudencia.

* Historiador