El Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, va camino del medio siglo y se ha consolidado como la gran cita financiera y empresarial del planeta. La reunión anual ha sido criticada tradicionalmente por quienes la consideran una suerte de aquelarre del capitalismo en su versión más rígida, es decir, la que antepone sin remilgos los negocios a las personas. Y precisamente porque es el reclamo que convoca a la mayor parte de los dos millares largos de dirigentes que acuden a Davos, sería erróneo desatender lo que allí se discute. En este sentido, lo que este año ha rezumado Davos no invita al optimismo. Pese a la mejora de algunos indicadores, la economía mundial no solo no puede dar por superados los devastadores efectos de la gran crisis financiera que se desató en el 2008, sino que se enfrenta a crecientes incertidumbres, al tiempo que se constata de nuevo la falta de instrumentos internacionales para afrontar crisis financieras globales. El mundo es cada vez más interdependiente, pero las decisiones económicas que afectan a la vida de miles de millones de personas están en manos de una élite financiera que escapa a todo control de los poderes públicos. Y mientras, la desigualdad sigue creciendo en el mundo, aunque de eso, como es habitual, apenas se haya hablado en Davos.