Ante el sacerdocio las posiciones son de lo más diferentes que concebirse pueda. Hay quienes piensan que el sacerdocio se adopta simplemente como consecuencia de la manipulación ejercida sobre la mente y la voluntad de la adolescencia. Hay familias que piensan que la mayor bendición que pueden esperar de Dios es tener un hijo sacerdote. Hay quienes piensan que el sacerdocio es una buena manera de promoción cultural y social para quienes no han tenido otra oportunidad mejor. Hay quienes piensan que el sacerdocio es una forma relativamente segura y sólida de establecerse. Hay quienes piensan que los que optan por el sacerdocio han recibido una iluminación sobrenatural. La lista podría ser bastante más larga.

No suele existir una llamada que irrumpe imprevistamente en la vida de una persona. Una especie de fenómeno cuasi sobrenatural. Más bien concurren una serie de circunstancias ambientales y temperamentales que explican la decisión. Las decisiones personales no se toman partiendo de cero. Sin pretender un determinismo mecanicista de las circunstancias sobre la voluntad humana, sí hemos de aceptar que las personas estamos enmarcadas en una constelación de circunstancias que explican el que tomemos unas decisiones y no otras.

Pero creo que lo importante no es por qué motivo algunas personas hace treinta, cuarenta o cincuenta años tomaron una decisión. Sino por qué después de estos años, siguen manteniendo la misma decisión.

Una razón puede ser la dificultad para dar una vuelta atrás y reconvertir la vida individual. El sacerdocio marca mucho por la presión sociológica. El entorno social te reconoce en un determinado estatus, que abandonarlo representa una ruptura con gran número de ataduras sociales. Digamos que esta rigidez de la sociedad para admitir la vuelta atrás de quien tomó en su juventud semejante decisión tiene un peso importante.

Sería igualmente ingenuo pensar que los que permanecen, permanecen porque no tienen la posibilidad de abandonar. El sacerdocio sigue teniendo sentido, pero, ¿cuál es? El cristianismo es una determinada manera de concebir la vida y la sociedad. Esta concepción incluye una jerarquía de valores. Cuando esta jerarquía se asume de forma exclusiva y globalizante, empieza a tener sentido el sacerdocio. Las posiciones adoptadas por Jesús en su vida ante el dinero, ante la entrega a los demás, ante el hecho de haber venido a hacer la voluntad del Padre y no la suya, se pueden entender de muchas maneras. Cuando se entienden de forma absoluta y total, es cuando tiene lugar la opción por el sacerdocio.

De aquí que resulta incomprensible y antitestimonial que los sacerdotes sigamos procediendo en la vida con la misma jerarquía de valores que tendríamos si no lo fuéramos. El mayor escándalo que puede dar la Iglesia en el mundo es no estar segura de que los sacerdotes son despegados del dinero, defensores de los intereses del pueblo en lugar de los suyos propios, de que no buscan su propia seguridad y bienestar. Esta es la mayor contradicción en que se puede incurrir, y la más difícil de justificar. Puede comprenderse que un cura se enamore. Pero será difícil de justificar que un cura pretenda hacerse rico.

Y para terminar, quisiera referirme al celibato. Se dice frecuentemente que el celibato y el sacerdocio forman una unidad inseparable. Ni teológica ni históricamente tal afirmación se puede sostener. Históricamente porque ni los apóstoles que escogió Jesús erán célibes, ni el celibato fue introducido como práctica generalizada de los sacerdotes hasta el siglo IV. Teológicamente porque ninguna de las misiones que en la predicación del evangelio y administración de los sacramentos tiene asignada el sacerdote exigen, en principio, el celibato. La Iglesia católica de oriente autoriza la vida matrimonial de los clérigos que se casaron antes de recibir las órdenes. Sin embargo, el Código de Derecho Canónico católico impone el celibato a los que optan al sacerdocio. Son las reglas del juego que están perfectamente claras, y cualquiera que opte al sacerdocio es consciente de ello, y libre para aceptar las condiciones o no. Es cierto que constituye una antiquísima práctica de la Iglesia católica de occidente, y que cuando una práctica llega a tener una antigüedad de 16 siglos, es, por lo menos, para tomársela en serio. Pero, por más vueltas que le demos, nunca dejará de ser justamente eso, una antigua práctica de la Iglesia católica de occidente que data del siglo IV.

De la misma forma que, a mi juicio, se extrapola y exorbita la necesidad del celibato, se exorbita, desde un punto de vista negativo, su incoherencia. Como si la vida del varón sobre la tierra fuera imposible sin la práctica de relaciones sexuales. Pienso que ni desde la teoría, ni desde la experiencia, tal afirmación se tiene de pie; siempre que hablemos en términos generales, no de individuos particulares.

* Profesor jesuita