El presidente en funciones está cayendo en el error de Mas. Aferrarse al poder cuando pintan bastos. En verdad, su partido, aún sufriendo una sangría de votos, ha ganado las elecciones, pero los conservadores estrictos no han sido los más votados ya que, desde 1982, practican el ardid de sumar sus votos a los sufragios indiferenciados de la reacción, lo que constituye un caso único en toda Europa. Ultimamente, esa forma de aglutinar voluntades ha sido inservible. Casi el 70% de los españoles no acepta que siga liderando el ejecutivo quien mintió en el Parlamento sobre el asunto Bárcenas, pues, mientras reconocía que se equivocó al confiar en su tesorero, supimos que le mandaba mensajes para que fuera fuerte ante la adversidad. Quien estuvo en la inopia cuando pagaban los arreglos de la sede del PP --la justicia lo ha escrito-- con el dinero negro de la doble contabilidad y destruían discos duros comprometedores. Quien tenía por intachables, dignos de ser promocionados, a Fabra, Matas, Rato..., o se iba a la plaza de toros de Valencia para abrazar a Camps, sabiendo que el personaje quería un huevo a Bigotes. Esos graves pecados públicos, que en las democracias serias exigen la dimisión fulminante, no pueden quedar sin efectos políticos. Recordemos que el Rey Juan Carlos, "motor del cambio democrático", hubo de dejar la Jefatura del Estado y sus prerrogativas constitucionales porque, en su momento, no paró los pies a las acciones ilícitas del carota de su yerno. A lo que se sumó, abatir, en plena crisis, a un elefante en las sabanas de Africa. Si el Rey tomó las de Villadiego, después de pedir perdón, el jactancioso Rajoy no puede seguir, tras haber permanecido impertérrito mientras se forraban muchos elefantes sagrados de su camada. A Rajoy le ha llegado la hora de doblar la servilleta, hacer mutis por el foro e irse con la música a otra parte.

* Escritor