El investigador y codirector de las excavaciones en el yacimiento de Atapuerca, Eudald Carbonell, afirma en una entrevista que leí hace dos semanas en el semanario Ahora que la mejor definición de un ser humano es la de un animal capaz de fabricar herramientas que a su vez permiten fabricar otras herramientas, hecho del cual arranca, en su opinión, "un proceso exponencial que nunca han tenido otros animales", por lo cual considera que la socialización entre humanos comienza gracias a las herramientas, y también, por supuesto, con el lenguaje. Le pregunta el entrevistador que si de ahí nace el interés de muchos por ese centro de herramientas que es una ferretería, y responde que quizás, que de hecho él conoce a personas que lo primero que hacen al visitar una ciudad es buscar alguna de sus grandes ferreterías. Y la verdad es que, con toda seguridad, cualquiera de nosotros se habrá encontrado más de una vez parado ante el escaparate de esos establecimientos admirando la diversidad de objetos que nos ofrecen y que sin duda nos atraen.

En esa actividad que diferencia al género homo de otros animales juegan un papel clave las manos, sobre cuyo uso en la sociedad actual encontré, poco antes de leer la citada entrevista, unas interesantes consideraciones en una novela de Rafael Chirbes: En la orilla . Se trata de una cita larga, pero clarificadora: "En la actualidad las manos han perdido importancia, ha desaparecido ese concepto tan respetado antes, la habilidad, ahora, las cosas las hacen las máquinas, o se hacen de cualquier manera, las hace --mejor o peor-- cualquiera, nada más hay que ver cómo nos sirven los cafés o las cervezas en el bar, de cualquier manera, metiendo los pulgares en los vasos vacíos, en los platos llenos. Las manos ya no tienen la importancia que tuvieron, fueron sagradas: servían para trabajar, pero también bendecían, consagraban, se les imponían las manos a los enfermos para sanarlos. A los artistas, escritores, pintores, escultores, músicos, en el lecho de muerte se les sacaba un molde de las manos. Se les sacaba. Fue. Tuvieron. Han sido. Todo pasado".

Quizás debido a que no soy lo que se conoce como "un manitas", siento cierta envidia (de la sana) por quienes poseen habilidades especiales con sus manos, y recordé tanto las palabras del investigador como las del novelista mientras paseaba una de estas tardes navideñas por las calles de mi pueblo, y no porque me admirara la facilidad con la que los jóvenes utilizan sus manos, en particular los pulgares, mientras escriben sus mensajes en el teléfono móvil, sino porque rememoraba cómo cuando yo era niño observaba por la calle muchos oficios y trabajos en los cuales las manos eran fundamentales. Podía detenerme admirado ante el trabajo de un herrero y observar lo que era capaz de hacer el fuego con el hierro mientras el martillo golpeaba con fuerza; el olor de los hornos de pan me llamaba hacia el interior, donde los panaderos amasaban y fabricaban con sus manos las piezas con las que a la hora de la merienda fabricaríamos un "joyo" con aceite de oliva, procedente de uno de los muchos molinos existentes en el casco urbano y que en esta época del año se hallaban en plena actividad. Y también era posible encontrar carpinteros, silleros, talabarteros, e incluso recuerdo a una señora que en la entrada de una tienda de tejidos cogía carreras de medias. En la actualidad los polígonos industriales nos han privado de esas actividades artesanales donde todo estaba al alcance de la vista de los niños que así aprendíamos a conocer la realidad, pero es, como dice Chirbes, "todo pasado", ahora existe lo virtual, otras formas de aprendizaje y me pregunto cómo construyen su idea del mundo los jóvenes de hoy. Quiero pensar que no es mejor ni peor, solo diferente.

* Historiador