'Nadie quiere la noche', la última película de Isabel Coixet, es una bella, desgarradora y sabia reflexión sobre la conquista y la pérdida, sobre la rigidez de la moral y la simple humanidad de los instintos. Una mirada lúcida desde el abismo que separa la soberbia de la civilización y la falsa ingenuidad del salvaje, la superioridad de la esposa que reclama posesión y la generosidad de la mujer que solo ama a un hombre, las ansias de conquistar el mundo y la constatación de la insignificancia humana frente a la naturaleza... Coixet nos descubre la grandeza pero, sobre todo, la miseria de la supervivencia.

La expedición de la mujer del explorador Peary al polo Norte en busca de su marido, pero también en pos de la gloria de la conquista, acaba amputada, acorralada, transformada en un desgarrador viaje por las entrañas de dos mujeres que, a la espera de su héroe particular, quedan abandonadas en la inmisericorde noche polar. Lo que podía haber sido una película de aguerridos exploradores poniéndose al límite de sus fuerzas, un catálogo de valores viriles, tan excelsos como adulterados, se transforma en una historia en la que dos seres antagónicos acaban mirándose a los ojos y descubriendo que la supervivencia solo habita en el lugar común que sepan construir. No hay esperanza en la película de Coixet, el frío cala hasta el alma, pero indica cuál es el camino. La noche también se cierne sobre nosotros.

* Periodista y escritora