Esta campaña me ha parecido negativamente distinta al comprobar que las ansias de poder y de ganar han sido vergonzosas. Vomitivo es que todos los grupos políticos salgan a la palestra con la sonrisa de ganador. Una cosa son los debates y otra las urnas. El pueblo merece el mayor respeto y nadie debe alzar las manos ya sea con la mano abierta o cerrada para celebrar una victoria porque a quien se supone que has superado es al propio pueblo que pretendes dirigir pero que no te votó. Las intervenciones de los líderes en programas rosas o casi rosas para aprovecharse de las audiencias han mostrado que la ambición de los aparatos de los partidos está por encima del pan que pide la gente. Los insultos continuos entre estos parlanchines, por mucho que queramos negarlo, han fomentado el odio en las calles porque las opciones a elegir han pasado a ser rivalidades a destruir. Ningún partido debe estar contento porque la cuestión no es que ellos estén contentos sino que las familias españolas no tengan miedo al futuro. Los políticos, llevados por directores de campaña que no tienen ni puta idea de lo que pasa en la calle, han apostado por la cercanía entre los candidatos y las aceras que pisa la muchedumbre aun sabiendo el peligro que supone por culpa de los mensajes violentos que ellos lanzan en sus mitines contra los rivales ideológicos cuando saben que ese proceder provocó en España una guerra civil con millones de muertos. Ojalá todo quede en el puñetazo a Rajoy. Puñetazo que podría haberse llevado cualquier candidato de esta pandilla de demagogos.

* Abogado