Una de las primeras decisiones del nuevo equipo de gobierno municipal ha sido proponer que "a medio y largo plazo" la fábrica de cementos de Córdoba debe abandonar su ubicación actual y buscarse la vida como pueda. Con todo el respeto del mundo, el medio y largo plazo en los políticos actuales me suena a aquello de que "seamos realistas, busquemos lo imposible".

Convendría hacer un poco de historia. Así, cuando en el año 1929 la sociedad Asland decide montar una fábrica en Córdoba, encarga el proyecto al arquitecto municipal Rafael de la Hoz Saldaña, padre de Rafael de la Hoz Arderius y abuelo de Rafael de la Hoz Castanys, ambos insignes arquitectos que han dejado una grandiosa muestra de su saber en esta ciudad.

La fábrica se inaugura a la vez que se establece en España la II República, o sea, en 1931, fecha esta que sume en añoranzas idealistas a nuestra izquierda más romántica. Es un gran complejo industrial realizado muy a las afueras de la ciudad, elegido el sitio por la proximidad de las canteras que la abastecían de materia prima. Su devenir a través del tiempo la llevó en la década de los 60 y 70 a multiplicar por cuatro la produc-ción. La crisis de 1973, llamada la "crisis del petróleo", provoca no solo la recesión en la construcción y por ende en el sector cementero, sino el cambio en el combustible utilizado.

La entrada en la Unión Europea provoca que en 1989 se produzca la integración de Asland en el grupo francés Lafargue; en 2002, la sociedad portuguesa Cimpor compra Asland a Lafargue, hasta que en 2012 el holding brasileño Votorantim la adquiere a través de Cementos Cosmos.

Aquellas instalaciones inauguradas en 1931 estaban "en mitad del campo", al pie del ferrocarril a Madrid, de la carretera a Badajoz y muy lejos del casco habitable de la ciudad. Cuando la ciudad crece, lo hace hacia levante, engullendo a la fábrica que seguía impertérrita en el mismo sitio donde inició sus trabajos. A los políticos urbanizadores de entonces les trajo al pairo la cementera, sus instalaciones y sus trabajadores. Hoy, se me antoja que no es la ciudad la que tiene un problema, sino al revés.

Si se le llena la boca a nuestra clase política al hablar de industrializar o reindustrializar, según los casos y las circunstancias, una de las pocas industrias que tenemos no puede ser acosada para que, desmoralizada, amenazada y asfixiada, cierre por propia iniciativa. Y todo esto a pesar de cumplir escrupulosamente con todas las normativas establecidas, tanto europeas, nacionales como autonómicas.

Nuestros políticos han caído, una vez más, en la utilización sesgada del lenguaje. En Cosmos no se pretende incinerar, se intenta la recuperación o valorización energética, que consiste en sustituir una parte de los combustibles fósiles normalmente empleados (petrolíferos fundamentalmente), por otros obtenidos a partir de residuos. Es una operación con todas las garantías para el medio ambiente y la salud, que cuenta con más de 40 años de experiencia en los países más avanzados en Europa en cuanto a protección ambiental.

Llamemos a las cosas por su nombre, una cementera que usa combustibles alternativos no es una incineradora.

* Presidente de CECO