Pues eso. El plebiscito catalán en clave, como siempre, de independentismo, ha resultado en tablas. Aunque esta vez no ha sido una partida de fichas y escaques como nos tenían acostumbrados en esta región patria, sino que ahora se ha llevado a cabo al estilo Curro Jiménez, con manta y faca. Pero en la realidad catalana, fraguada de siglos de comercio y emigrantes españoles, donde la pela siempre ha sido la pela, el mestizaje campa a sus anchas, o mejor, reina en Cataluña. Y en la política no podía ser menos, de tal manera que lo que se ha conseguido ha sido un híbrido puro, esto es, mitad españolistas y mitad catalanistas. Ya me dirá usted a mí, si esto no es como echarse un pulso con uno mismo a ver qué brazo tiene más fuerza. Este ha sido el resultado de las recientes elecciones catalanas. Y por supuesto, un resultado que aun así hay que interpretarlo, pues detrás de la política, últimamente y por desgracia más a menudo de lo que nos merecemos los ciudadanos están los números, o sea, la pasta. Y este independentismo extemporáneo y anacrónico esconde detrás de bastantes de sus principios la insolidaridad hecha eso, pasta. Pero eso no es la mayor de todas las felonías. Lo peor es ese bastardismo que tratan de imponer los segregacionistas a aquellos catalanes que se sienten, además, españoles. Y la manera de imponerlo sigue siendo igualmente diabólica: votar si mamá y papá son nuestros padres. Aunque la corresponsabilidad de esta situación de infantilismo político es también del resto de los españoles que seguimos permitiendo que se juegue con las cosas de comer, esto es, el espíritu de nuestra carta magna. Las urnas han dado como resultado tablas por enésima vez, ahora toca a los poderes públicos trazar en el suelo esa raya imaginaria de la Constitución para que no se vuelva a rebasar ni de hecho ni de derecho.

* Mediador y coach