El derroche de información que, en estos días, se ha estado produciendo como consecuencia de las elecciones catalanas provoca en el ciudadano de a pie una preocupación seria, sobre todo cuando escucha con tanta reiteración las dos posturas irrenunciables respecto a la la independencia de Cataluña. En estos pueblos del sur de Córdoba, como en el resto de la Comunidad Autonómica, la tónica general parece ser el rechazo a la propuesta soberanista. Andalucía debe tener un papel innegable en esta polémica. Hasta 1 millón de andaluces vivía y trabajaba en Cataluña a finales de 1970. Algunos pueblos perdieron la mitad de su población. Son pocas las familias de esta zona que no tienen parientes directos en Barcelona o en alguna localidad de su área territorial. La generación nacida ya allí se ha integrado en la cultura catalana y algunos de ellos figuran entre los más furibundos separatistas. Otros emigrantes ya jubilados permanecen en Barcelona en contra de su deseo de volver a su pueblo, por sus obligaciones familiares. Hace años tuvieron que abandonar su casa y ahora no pueden regresar.

Pienso que tal vez la Junta de Andalucía ha debido preocuparse por estos andaluces que ahora pueden convertirse en ciudadanos catalanes cuando lo que desean fervientemente es reencontrarse con los amigos de la infancia y apurar unas copas en el mismo lugar de donde tuvieron que marcharse, empujados por la necesidad. Lo de Cataluña no puede ocultar otros avances logrados en los últimos años sin distinguir partidos ni credos políticos. Así lo comentó un buen amigo montillano. Llevaba una gorrilla para cubrir su falta de pelo por la aplicación de quimioterapia. No pude eludir la pregunta: -¿Cómo estás? Y sin perder la compostura, me contestó: -Bien, sin entrar en detalles. Algo parecido puede decirse de nuestro país: España está bien, sin entrar en detalles.

* Maestro