Opinión

La limosna

Es rara la ocasión en que sales a la calle y no encuentras a alguien pidiendo limosna. Personas de todo tipo: señoras con el niño medio adormilado en los brazos, hombres con un cartel explicando su situación de paro, quien te aborda en un bar mientras tomas un café o una cerveza, a la puerta de las iglesias y de bingos... Otras veces es la limosna de tipo institucional: Cáritas, Cruz Roja, la campaña del hambre, el Domund, suscripciones públicas para las víctimas de un terremoto o una inundación, o simplemente las rifas de los estudiantes para el viaje de final de carrera. De una forma o de otra, al cabo de una semana te han pedido tu colaboración voluntaria en tres o cuatro ocasiones, por lo menos.

Es un tema viejo este de la limosna. Desde que el hombre abandonó la organización tribal y la propiedad colectiva, y estructuró la sociedad sobre la base de la propiedad privada, hay familias a las que les falta lo más necesario para vivir, y otras a quienes les sobra. Más tarde, cuando no existía la seguridad social, ni el Ministerio de Hacienda que recauda obligatoriamente los impuestos para financiar los servicios públicos, la limosna constituyó una institución social bastante organizada. La aristocracia terrateniente, como poseedora de la riqueza, la Iglesia y las órdenes religiosas como agentes intermediarios, fundaron hospitales, asilos, orfanatos, comedores, hospicios, etcétera. Algunos nombres insignes quedan en la memoria, como Vicente de Paul, Juan de Dios, Isabel de Hungría, y una lista mucho más interminable de personas que dedicaron, unos su vida, otros su dinero, a afrontar la irracionalidad de una riqueza desigualmente distribuida.

Modernamente, el Estado ha asumido casi todas estas funciones, actuando, mediante la imposición fiscal y la gestión de los servicios públicos, de redistribuidor de la renta. Evidentemente se ha ganado en eficacia. Pero no se ha conseguido erradicar la miseria. En los países más ricos del mundo sigue habiendo familias que viven miserablemente. En las calles de Nueva York, Londres o París te siguen pidiendo limosna por la calle. En Córdoba la mendicidad es notoria. Una parte de esa mendicidad responde a la picaresca, al negocio del hampa; otra a la persistencia de la marginación social. Los estados desarrollados han conseguido maravillosos éxitos tecnológicos, viajes al espacio, satélites de comunicaciones, informática, misiles teledirigidos, cazabombarderos supersónicos, pero todavía no se ha encontrado la fórmula para que los excedentes alimenticios de una parte del mundo donde desequilibran los mercados sean trasladados a las regiones hambrientas. En ciertos países se han conseguido maravillas de la medicina con el trasplante y la implantación de órganos, pero no se ha sabido todavía encontrar la fórmula para que, en Africa o Asia, quien tiene una gripe tenga también una aspirina a su alcance. Por todo ello, la limosna sigue siendo necesaria.

Un día, "estando Jesús sentado frente al cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad, se acercó una pobre viuda y echó dos reales". Jesús alabó a la viuda, "porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir" (Mr 1241-44). No fue la única ocasión en que Jesús se ocupó del tema de la limosna. En cierta ocasión se refirió a la vanidad y a la propaganda: "Cuando hagas una limosna, no lo hagas trompeteando por delante como hacen los hipócritas, con el fin de ser honrados por los hombres. Tú en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha" (Mt6 6 2-3). Sin duda, en la Iglesia se ha recomendado insistentemente a los cristianos la práctica de la limosna. Pero a diferencia de la observación de Jesús, siempre se ha dicho que hay que dar de lo que sobra no de "lo que se tiene para vivir". Tampoco se ha cuidado la consideración sobre el secreto: las lápidas conmemorativas, las menciones de donantes, las listas con nombres y apellidos de los suscriptores de campañas humanitarias, ciertamente no son una práctica inmoral, simplemente no es coherente con lo de la mano izquierda y la derecha.

* Profesor jesuita

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