Un año más, mi saludo y mis ánimos a nuestros maestros y maestras, profesores de escuelas, institutos, ciclos formativos, estudios artísticos, universidad. Un año más les debemos nuestro apoyo y nuestro reconocimiento por su trabajo silencioso, del que casi nunca tendrán los frutos. ¿Quién puede medir el avance de una mente? ¿Quién oye en la receta de un médico, en la factura de un taller, en los dedos que teclean la cuenta en un supermercado la voz de un maestro, de una maestra, allá, lejos en los días, mañana tras mañana? Con frío, con calor, con el abandono de una Administración que solo acude a lo inmediato, con la falta de compromiso de tantos padres, estos hombres y mujeres dejan sus años, sus vidas, palabra a palabra, olvido a olvido, sentimiento a sentimiento. Solo ellos saben lo que les debemos. Nunca nos lo cobrarán; no existe nada con lo que podamos pagarles. Por eso tantas veces, esta vocación resulta tan solitaria. Enseñar es uno de los actos de amor más sublimes, porque nunca se ven los frutos ni nadie percibe lo que se ha trabajado por sembrarlos. Es el maravilloso oficio de cultivar almas. La cultura es lo único que nos puede salvar de la violencia; lo único que puede hacer posible una verdadera sociedad libre, sana y feliz. Lo que un alma lleva de cultura no se lo puede quitar nadie, porque lo que lleva es la vida. Todos fuimos niños. Deberíamos recordar en nuestros hijos, en los niños que nos rodean, que cada día hay una maestra, un maestro, un profesor que sigue trabajando en la tierra de nuevas almas, y todos recogeremos los frutos.

* Escritor